MEDICINA CUANTICA

Los Agujeros Negros No Son Tan Negros…

by on Jun.10, 2010, under Artículos de Ciencias, El Espacio, General, La Física, Los Campos Energéticos

Los neurofisiólogos han descubierto que durante el sueño el hemisferio izquierdo del cerebro está adormecido, mientras que el hemisferio derecho toma el mando de las operaciones.

El hemisferio izquierdo es el que razona, piensa, se acuerda de dónde ha aparcado el coche, comprende que para beber hay que acercar el vaso a la boca y no a la oreja. En cambio, el hemisferio derecho capta otra clase de información, es imaginativo, «espiritual» -cualquiera que sea el grado de espiritualidad que tengamos-.

Los neurofisiólogos han comprobado que durante el día aunque tengamos la sensación de permanecer despiertos, experimentamos con regularidad un estado alterado de conciencia. Lo demuestran los electroencefalogramas, con las variaciones de los trenes de onda que nuestro cerebro emite, incluso cuando estamos despiertos.

Así que no tenemos un cerebro, sino dos: un hemisferio derecho y un hemisferio izquierdo, unidos entre sí por un puente (cuerpo calloso). Cada uno tiene unas funciones que parecen muy concretas aunque distintas. El cerebro derecho es la sede de la función creativa, imaginativa, del ser. Por ejemplo: los genios de las Artes adoptan a menudo una conducta que a la gente común le resulta «rara», porque utilizan con mayor frecuencia el hemisferio derecho, que capta una realidad distinta a la común, y no razonan con los mismos patrones que utilizan los demás.

Los místicos hacen lo mismo y algunos son santificados, pasando a ser objeto de culto -a veces supersticioso- en lugar de servir como ejemplo. Los niños, con su inocencia y sencillez, tienen a menudo percepciones raras: «amigos invisibles» con los que juegan y hablan, etc.; pero la mayoría no se atreve a decirlo para no ser marginados del grupo al que pertenecen. Incluso llegan a sentir miedos inexplicables.

En 1982, Nancy Bush llevó a cabo una investigación en los Estados Unidos (Brain Mind; Vol. X, núm. 16) donde revela que niños con edades comprendidas entre los nueve y los once años utilizan más el hemisferio derecho. Estos estudios han demostrado que un 12% de ellos percibían claramente unos colores que se movían alrededor de las personas (¿auras?). Aunque el 12% no representa un porcentaje muy alto, es una cantidad a nivel estadístico suficientemente significativa como para no tener que considerar a estos niños como casos aislados.

El cerebro es, pues, un órgano que principalmente percibe a través de los dos hemisferios, pero clasifica y analiza sólo con el hemisferio izquierdo, como si estuviese programado como un ordenador. El otro hemisferio parece no poseer un programa similar. El sector izquierdo se refiere al pasado y analiza las experiencias presentes comparándolas con experiencias anteriores para poderlas clasificar (racionaliza, hace cálculos, conduce el coche, cada día nos manda ir a trabajar, etc.); el derecho imagina, capta lo «nuevo», lo «desconocido», su visión es mucho más amplia que la del hemisferio izquierdo, casi como si escapara del espacio/tiempo común.

Parece lógico deducir que existen dos mundos (dos universos) distintos: uno real y otro imaginario o virtual que pueden ser percibidos alternativamente, o a la vez, por los dos hemisferios.

Por otro lado, la existencia de universos paralelos al nuestro ha sido confirmada por la física actual.

Nuestra sociedad nos ha llevado, desde hace siglos, a privilegiar el cerebro izquierdo, en detrimento del derecho, con resultados bien negativos desde el punto de vista humano. Quiero decir que seguimos teniendo una visión y un concepto fragmentarios de la realidad y, bajo mi punto de vista, ésta es la causa principal que nos lleva de la incertidumbre al sufrimiento, ya sea psíquico o físico.

Si anteriormente la sociedad estaba avasallada por la autoridad religiosa, posteriormente ha sido esclavizada por el pensamiento científico. Actualmente, por fortuna, estamos ante un proceso distinto que aún no ha entrado en su fase más álgida; la ciencia y la religión, durante muchos siglos enfrentadas entre sí, ya no lo están. Las distancias entre ellas, para algunos científicos de vanguardia y para muchos terapeutas, se han reducido tanto que parecen casi inexistentes. Ciencia y Religión tienen el mismo objetivo: mejorar las condiciones de vida de la humanidad en este espacio-tiempo.

Hasta finales del siglo XVII, los científicos afirmaban que el problema de la vida era muy simple: el mundo mineral, vegetal y animal existente había sido creado tal y como ellos lo veían, o sea, no había habido ningún cambio desde el principio de los tiempos. Prevalecía la concepción aristotélica del universo, incluso Cuvier (fundador de la anatomía y de la paleontología) enunció la teoría del «fijismo», admitiendo la inmutabilidad de las especies vegetales y animales.

Cuando Copérnico, Giordano Bruno, Kepler y, finalmente Galileo avanzaron en sus hipótesis, sustentadas por observaciones empíricas, se vinieron abajo las visiones de Aristóteles y Ptolomeo.
Todo el mundo sabe cómo aquellos genios fueron perseguidos en su época. Su delito fue intentar deshacer esquemas y paradigmas adquiridos por la sociedad de entonces. Fueron los precursores del pensamiento moderno y por ello se denomina a la época en la que vivieron «la era de la revolución científica».  Otros dos grandes genios, Descartes y Newton, sellaron definitivamente esta era.

Hoy en día, con los descubrimientos de la física cuántica, es lícito preguntarse: ¿cómo puede ser cierto un conocimiento si uno de sus cimientos es el «principio de incertidumbre» de Heisemberg? Al anclarse en el postulado cartesiano, la ciencia moderna mecanicista y materialista se ha extraviado; no obstante, la mayoría de la gente sigue aún sus criterios.

Las matemáticas de principios del siglo XX nos han demostrado que no existe una verdad absoluta en este espacio/tiempo y, hoy en día, los físicos nos siguen demostrando en qué medida nuestros conceptos son limitados. A pesar de esto, la gente sigue estando convencida de que sólo el método racional y analítico de connotación cartesiana, el experimental, es el único válido para comprender la realidad que nos rodea y de la cual nosotros mismos formamos parte.

Toda la ciencia, hasta el siglo XIX, no es más que el fruto de la visión cartesiana del mundo, que explica todo a través de la mecánica de Newton. Esta concepción se aplica a la química, a la biología, a la psicología, a la medicina e incluso a las ciencias sociales, dejando para luego (¿cuándo?) las preguntas que no tienen respuesta.

Sólo a finales del siglo XIX, con el descubrimiento de los fenómenos electromagnéticos de Faraday y Maxwell, se pusieron en evidencia los límites del «mundo-máquina» newtoniano. Se demostró el concepto de campo de fuerza, lo cual implicaba evolución y cambio.

Por lo que concierne a las ciencias naturales, a finales del siglo XVIII, Lamark dijo que los animales adaptan la forma y la función de sus órganos a las necesidades del ambiente. Su obra fue acogida con cierta indiferencia.

Mientras, la teoría de Darwin obtuvo inmediatamente un éxito notable.

Darwin habló de la competencia universal entre las especies vivas para explicar la selección natural. Y si en un principio admitía la intervención de una Mente Superior en la creación de los organismos primitivos, luego, impulsado por Huxley -uno de sus discípulos-, escribió el libro sobre la ascendencia animal del hombre, prescindiendo de cualquier intervención divina y haciendo caso omiso del anhelo espiritual del ser humano. La visión darwiniana ha condicionado el pensamiento biológico de los años posteriores.

Al mismo tiempo, la física clásica postulaba el concepto de entropía: el conjunto del universo tiende hacia un estado de desorden total y no sólo se ralentiza cada vez más, sino que al final se parará. Es evidente la contradicción entre el postulado de los físicos y el de los biólogos evolucionistas, que afirman que la vida evoluciona hacia un orden cada vez más complejo.

De todas maneras, tales contradicciones se harán evidentes sólo en el siglo actual con los descubrimientos de la estructura atómica de la materia y el principio de la relatividad. Desde Einstein (teoría de la relatividad), Plank (paquetes de energía), Bohr (modelo atómico y onda de probabilidad u onda cuántica) y Luis de Broglie (onda materia) se llega al año 1927, en el que tiene lugar el famoso congreso llamado Interpretación de Copenhague, realizado en Copenhague, donde se formula la nueva física como concepción coherente del mundo: la física cuántica (la palabra «cuanto» fue acuñada por Einstein). Al año siguiente, Paul Dirac presentó su trabajo sobre la antimateria.

Nada en la ciencia volvería a ser como antes. Sin embargo, aún hoy tenemos a los científicos divididos en dos bandos enfrentados entre sí: por un lado, los deterministas y, por el otro, los probabilistas.

Todos los descubrimientos que impliquen una revolución total de los esquemas adquiridos se tienen que enfrentar con unas resistencias tremendas. Sirvan como ejemplo Giordano Bruno, fue quemado en una hoguera y Galileo, encerrado en la cárcel. Por fortuna, aquellos métodos ya no se practican. Los adversarios se conforman con ridiculizar a los innovadores o a cubrirles de indiferencia.

No obstante la imperiosa demanda de espiritualidad por fin ha llegado a dar un gran empujón a la Ciencia.

En 1976, el físico francés Jean Charon elabora en la Universidad de Princeton su teoría de la «relatividad compleja», en la que añade a la dimensión espacio/tiempo, la dimensión de lo «imaginario» y/o «espiritual». La suya es una teoría científica muy interesante porque no nos hunde en el pesimismo de «las probabilidades y sus ondas», ni siquiera nos pone en el obtuso marco del determinismo mecanicista. Lo «imaginario», para no incurrir en malos entendidos, es todo aquello que en matemáticas se expresa a través de números imaginarios.
Por ejemplo, la raíz cuadrada de menos cuatro es un número imaginario, y ningún matemático dejaría de tenerlos en cuenta en sus cálculos, pues no acertaría con el resultado.

Antes de resumir brevemente la teoría de Charon hay que hacer hincapié sobre un concepto bien preciso. Además de nuestro universo, aquél que podemos explorar sirviéndonos de nuestra racionalidad y de la capacidad perceptiva del hemisferio izquierdo de nuestro cerebro, la física actual admite la existencia de otros universos distintos y «paralelos» al nuestro. Jesús dijo: «En la casa del Padre hay muchas mansiones». Me parece evidente que la ciencia actual afirma lo mismo.

Desde Stephen Hawkins, y su teoría sobre los agujeros negros, hasta David Bohm, la existencia de distintos universos está ampliamente demostrada. Pero, ¿cómo podemos comprender un hecho que escapa de nuestra lógica corriente? Hay dos formas: una es la fe, la otra es la que nos enseñó Santo Tomás (la experimentación). Puesto que la fe no parece ser suficiente para sacar al ser humano de su incertidumbre y sufrimientos, tenemos la posibilidad de seguir el ejemplo de Santo Tomás, que bien podría ser el «protector» de los investigadores, y «experimentar».

En la presente obra hay unos cuantos ejemplos de cómo llevar a cabo dicha experimentación.

Hay que tener presente que en la realidad en la que vivimos hay «objetos» que se pueden medir y otros que no. Los que se pueden medir obedecen a las leyes de la física clásica newtoniana; los que no (partículas subatómicas) no sólo no obedecen a dichas leyes, sino que más bien las contradicen. Estos últimos, aunque no se puedan medir ni ver, desatan unas fuerzas que son perfectamente medibles y determinan los llamados «campos de fuerzas». Puesto que ha sido aceptada su existencia es lógico deducir que vivimos inmersos en dos mundos (universos) distintos que se compenetran: uno «real» y otro «virtual». Esto es así porque a los «objetos» que no se pueden medir se les ha dado también el nombre de «partículas virtuales», entre las que se encuentran los fotones (spin 1), los gravitones (spin 2), etc. El spin es la rotación de una partícula sobre sí misma, como si fuera una especie de peonza. El desafío de los físicos de hoy en día es descubrir cómo se pueden conciliar estas dos realidades, o sea, cómo enunciar y demostrar una «Teoría Unificada» que explique de manera coherente y rigurosa unos hechos que parecen chocar entre sí.

Jean Charon formula en 1976 su teoría de la «relatividad compleja», según la cual la «luz original» sería la única realidad existente en el universo.

Mucho antes, Newton había hablado de dos luces: una «fenoménica», visible, física, material, o sea, la luz de «fuera»; y otra «invisible», «divina», que hoy se llamaría virtual.

Jesús dijo: «Yo soy la luz». Otros Maestros han hablado, a través de símbolos, de la misma manera y se les ha llamado «iluminados».

Hoy, a esas dos clases de luz se les llama conjunto de «fotones» y de «antifotones» (aunque la antipartícula de una partícula virtual sea la partícula misma). Charon explica que nuestra realidad no tiene sólo cuatro dimensiones: largo, ancho, profundo y espacio/tiempo (determinada por el campo gravitatorio de la Tierra), sino ocho. Es decir, cada una de las cuatro anteriores está desdoblada en dos partes: una «real» y otra «imaginaria» o «virtual». Por lo tanto, existimos en un universo de «fuera» y en un universo de «dentro» (téngase en cuenta que el spin del electrón es ½). El universo de «dentro» es el que el lenguaje común llama «espíritu» o «luz divina». Para este físico, el conjunto de los electrones (con sus antiparticulas) y de todas las partículas virtuales que los acompañan, existentes en un ser humano, constituye su parte espiritual, su alma inmortal. Un electrón, según el modelo atómico de Bhor, es una pelota muy pequeña que rueda alrededor del núcleo del átomo, mucho más grande, en la que hay otras partículas: protones y neutrones. A través de los aceleradores de partículas (aparatos de los que se sirven los físicos en sus investigaciones) se ha experimentado que un protón rebota de manera «normal» cuando choca con un neutrón, según las leyes mecánicas. En cambio, cuando es un electrón el que choca contra un neutrón sigue su ruta con tan sólo una ligera desviación. Quiero decir que, mientras en el primer caso el choque se manifiesta como si fuera una interacción entre dos puntos materiales de dimensiones muy pequeñas (casi nulas), en el segundo, el electrón se comporta como una especie de fantasma que pasa a través de la materia.

Según el criterio común que tenemos del espacio, el electrón es un punto sin forma ni dimensión y por esta razón se le llama «partícula-onda», porque es a la vez la una y la otra.

En la Teoría de la relatividad compleja, Charon compara el electrón a un microagujero negro. Los billones de billones de electrones que tenemos en todos los átomos de nuestro cuerpo serían otros tantos agujeros negros.

Voy a contar en pocas palabras lo que son los agujeros negros de los cuales todo el mundo ha oído hablar, aunque no todos sepan de qué se trata.

Cuando una estrella llega al final de su vida, es decir, cuando se están terminando las reservas de material a su disposición para que se produzca la «fusión nuclear»que da lugar a la emisión de luz y de calor, su volumen se encoge, mientras que su rotación alrededor de su eje se vuelve cada vez más rápida en el intento de luchar contra la atracción gravitatoria que la llevaría a encogerse más hacia su centro. Aunque se haya encogido hasta el punto de que su radio sea de unos pocos kilómetros, sigue teniendo la misma masa, o sea, la misma cantidad de materia que la estrella de antaño, que pudo haber sido incluso más grande que nuestro Sol. Esto conlleva que el espacio de su alrededor, o sea, la «red» de la que he hablado al principio del capítulo, se doble cada vez más. Cuando la curvatura es demasiado pronunciada, el espacio se encierra en sí mismo, aislando completamente del exterior la estrella moribunda. Se forma, pues, una especie de bolsa flotante en el espacio interestelar con una densidad tremenda y, por consiguiente, en su interior se desarrolla una fuerza de gravedad tal que ni siquiera la luz puede escaparse de ella. En el cielo se ha formado un agujero negro donde el espacio se ha reducido de tal manera que si fuéramos allí como visitantes solamente nos podríamos mover adelante y/o atrás en el tiempo. Si esta bolsa flotante despegara del universo que conocemos, podría convertirse en un nuevo universo en expansión.

Así puede que haya nacido nuestro universo, que en principio habría sido un agujero negro y que actualmente está aún en expansión.

agujero negro
Foto: Agujero negro real tomado de base de datos de Harvard University

Como el agujero negro, también el electrón es invisible a una observación directa y además «vive» en un espacio/tiempo invisible (Principio de Heisemberg).

Por lo tanto, según Charon, el electrón sería una pequeña bolsita llena de luz con una radiación electromagnética, formada de gas, de fotones y neutrinos de masa cero (la masa es la cantidad de materia de un cuerpo; si la cantidad es cero, el cuerpo es «inmaterial»).

Según el físico francés, los fotones («partículas de luz»), en el espacio/tiempo del interior de los electrones, intercambian informaciones con el exterior a través de distintas maneras: intercambiando sus impulsos de velocidad con los fotones del mundo exterior o intercambiando su estado de spin.

El electrón repleto de fotones (de luz) es portador, según Charon, de una conciencia y de un espíritu cuyas propiedades son: conocimiento, amor, reflexión y acto. Él les llama «eones» (electrones cargados de memoria), que serían los constituyentes del tejido del universo y la substancia del espíritu del hombre.

En efecto, el físico francés transporta la física hacia una psicofísica. Bajo mi punto de vista, es justamente lo que necesitamos si queremos investigar de forma más coherente y concreta los problemas psico-físicos que acechan en nuestra vida cotidiana.

Charon, a través de su física de vanguardia, expresa la idea de que todo nuestro espíritu, es decir, todos nuestros pensamientos conscientes e inconscientes, están contenidos en el interior de ciertas «partículas de materia». Tales partículas invisibles, y a la vez perceptibles, constituyen en su conjunto el «alma» del hombre, que se mueve continua y eternamente en el tiempo a través de «experiencias vividas» guardando su inmortalidad.

El pensamiento de Charon es acogido con prudencia por los medios científicos, aunque muchos investigadores opinen que constituye una aproximación muy interesante a la realidad del espíritu en la materia. Es sabido que cada generación ha tratado de utilizar la ciencia para demostrar o negar la existencia del espíritu o del alma, como se le quiera llamar. Actualmente estamos en unas condiciones tales que sólo nos permiten recurrir a la fe o apartar el problema sin pensar en ello. No obstante, los hallazgos de los científicos de vanguardia están cada vez más de acuerdo con los de los místicos.

El físico Arthur Edington, que ha escrito ensayos místicos, no prevé por el momento que la física tenga posibilidades positivas para las creencias religiosas, aunque esta afirmación forme parte del escepticismo pesimista que caracteriza nuestra época. De todas maneras, los investigadores de vanguardia aportan cada vez más a sus trabajos de investigación una óptica distinta, espiritual, y enuncian unas teorías sorprendentes para los científicos «tradicionalistas».

Dijo Mark Plank: «Es mejor esperar la muerte de tu adversario que intentar convencerle», lo cual me parece bastante sensato, aunque se pueda percibir que el camino hacia una nueva manera de entender las cosas está a la vuelta de la esquina. Los científicos de vanguardia nos van abriendo puertas hacia nuevos horizontes mucho más alegres y reconfortantes.

El biólogo Rupert Sheldrake, en su teoría de la «causación formativa», afirma que la información puede circular entre los animales sin que ellos hayan tenido ningún contacto entre sí y aunque se encuentren a cientos de kilómetros de distancia. (A new Science of life, 1981).

El matemático sudafricano Ved Sewjatan va más allá de la teoría de la relatividad de Einstein, que sostiene que la velocidad de la luz no puede ser superada, y demuestra a través de sus cálculos la existencia de una velocidad «supralumínica».

Además, no solo trata de disipar la idea tan extendida de que un objeto que viaja más rápido que la luz se desplaza hacia atrás en el tiempo con una masa negativa sino que asegura que existen una infinidad de universos que se desplazan hacia adelante en el tiempo, hacia el futuro (Ved Sewjatan, Brain Mind bulletin).

Por otro lado, la idea de que algo pudiese desplazarse más rápido que la luz lo habían supuesto los científicos desde hacía tiempo. Ya en 1967, el Teorema de Bell anunciaba que cuando dos partículas gemelas se separan y se alejan la una de la otra a distancia indeterminada, si se produce un cambio en una de ellas -por ejemplo, a través de un impulso electromagnético-, se da el mismo cambio de forma simultánea en la otra, que no ha sido solicitada. Es decir, que a pesar de la distancia que las separa permanecen íntimamente unidas, como lo demuestra el hecho de que la información entre las dos puede circular a una velocidad muy superior a la de la luz.

Es evidente que la teoría de la información, que asegura que ésta viaja a una velocidad supralumínica, y la que habla de universos en los cuales el tiempo se desplaza hacia el futuro con dicha velocidad, podría explicar ciertos fenómenos «paranormales», como la telepatía y los sueños premonitorios.

El Teorema de Bell, demostrado matemáticamente, llega a la conclusión de que si la predicciones estadísticas de la física cuántica son correctas, y lo son, porque han sido ampliamente demostradas, entonces, ciertas ideas convencionales sobre la realidad del universo, dependientes de lo que hoy llamamos sentido común, son gravemente erróneas. En 1972, Clauser y Freedman, de la Universidad de Berkeley en California, no sólo descubrieron a través de la experimentación que las previsiones de Bell eran exactas, sino también qué era lo que conectaba las dos partículas y lo llamaron «onda cuántica», que se desplaza más rápidamente que la luz. La «onda cuántica» es el eslabón entre nuestro espíritu y el mundo físico. Este «cartero» también recibe el nombre de «onda de probabilidad», porque una de sus propiedades esenciales es la de señalar cuándo y dónde se puede producir un acontecimiento Y además puesto que se desplaza en el espacio/tiempo, quiere decir que no se halla sólo en nuestros «espíritus», sino también fuera, en el mundo que nos rodea.

La ciencia descubre el alma.
© Dra. Clementina Lozzi
© Publiondas, Servicios de Comunicación S. L.
Club de Autores Ediciones ®
Avda Diagonal 440, 1º 1ª Barcelona 08037
Tel.: 93 238.43.43
E-mail: infoclubdeautores@telefonicaa.net
ISBN: 84-95067-01-3

FUENTE: http://www.lucesenlaoscuridad.es/articulos.php?elemento=1101

:, ,

Comments are closed.

BUSQUEDA BLOG