MEDICINA CUANTICA

Borges, Teoría Cuántica y los Universos Paralelos I

by on Oct.17, 2010, under Artículos de Ciencias, Cuántica, General, La Conciencia, La Física, Los Campos Energéticos

Casi cuatro años me demoré en completar este ensayo cuyo disparador fue la relectura del portentoso cuento «El jardín de los senderos que bifurcan» (Borges 1941) sobre el final de mi carrera de ingeniero.

Borges sabía de lo que escribía en la cuarta década del siglo 20, cuando menciona a Albert (¿¡Einstein!?) atareado en sus infinitos tiempos y senderos que finalizarían con un bombardeo (¿nuclear?) a una ciudad homónima inglesa de aquellos tiempos de guerra, presagio de las intenciones nazis en una Alemania que era público y notorio como lo expresaba la prensa, se encontraba ya en las puertas del dominio del átomo.

Por supuesto no me refiero al conocimiento físico-matemático de un científico, sino al conocimiento y la fantasía que un poeta ilustrado e informado puede desarrollar al leer sobre la relatividad que proponía Einstein, el principio de incertidumbre de Heissemberg, las experiencias de Schroedinger y otros portentos teóricos que iluminaban el alba del siglo veinte.

Solamente una mente genial pudo vislumbrar las infinitas realidades que nos propone la Teoría Cuántica y la Relatividad en los pliegues de una materia que se vuelve elusiva y extraña a medida que intentamos penetrar en el mundo de lo muy pequeño o lo desmesuradamente grande…, la angustia de nuestra ignorancia aunada por el infinito de los extremos.

Luego de su larga experiencia europea y habiendo leído en su lengua natal, entre muchísimos otros, a gigantes de la literatura fantástica (èl gustaba llamar así a lo que hoy los técnicos consideramos, quizás equivocadamente, «ciencia ficción») como: H. P. Lovercraft, , Olaff Stapleton, H. G. Wells, etc, etc, por no mencionar a la inmensa lista que probablemente arranca con los clásicos del pensamiento griego y sin solución de continuidad se desarrolla hasta sus contemporáneos tanto del mundo occidental como los orientales, el políglota Borges en 1941 había formado y echado a caminar el germen del meme que daría lugar a la aparición de los universos paralelos que hoy convoca el pensamiento de prominentes investigadores.

Hubo de transcurrir mas de una década para que la ciencia se asomara a esas enigmáticas ideas y les diera un fundamento físico-matemático con la presentación de la tesis doctoral (conocida como Many World Interpretation o M.W.I. por sus siglas en inglés) de Hugh Everett en 1957, quien abandonaría posteriormente la investigación científica y hasta la vida, decepcionado por el escaso interés y el escepticismo que mostraron inicialmente sus colegas por sus arriesgadas especulaciones científicas.

Realmente impacta y emociona que ahora pensadores de la talla de un Stephen Hawking, Martín Rees, David Deutsch, Francis Crick, y cientos de otros de similar reconocimiento intelectual, a pesar del escándalo que producen estas concepciones cuánticas, estén compartiendo algunas de esas opiniones y trabajando en el desarrollo de nuevos conceptos que miles de tecnólogos se afanan en concretar como flamantes «realidades» que nos maravillan día a día.

En su tiempo fueron los Giordano Bruno, Benito Espinoza (Baruch de Spinoza), Galileo Galilei y otros osados pensadores quienes desafiaron el Dogma establecido con sus ideas revolucionarias sobre mundos redondos flotando en un espacio que no eran el eje de ningún privilegio celestial y pagaron con su libertad, su salud y hasta su vida el derecho a exponerlas al gran público, pero otros les siguieron hasta dejarnos convencidos por la fuerza de las evidencias que apenas formamos parte de un insignificante sistema planetario que gira – quizás intrascendentemente – en un oscuro brazo de una galaxia común.

Muchos tiranos se empeñaron porfiada, sistemática y reiteradamente en silenciar estos odiosos razonamientos denigrantes de sagradas ideas milenarias, pero fue tan inútil todo derramamiento de sangre como tapar el sol con un harnero, así son las cosas y así evolucionan nuestras creencias, nuestro conocimiento, a veces con alegrías, a veces con decepciones.

¿Qué decir de la velocidad de computo de los últimos ordenadores, aparatos que prácticamente no existían en nuestra época del secundario, cuando nos ensuciábamos los dedos en engorrosos «esténciles» para obtener copias que hoy nos brindan por miles las fotocopiadoras? Y ¿en que quedó aquella orgullosa afirmación que decía que jamás un engendro artificial iba a derrotar a un campeón de ajedrez en su juego?.

Hace poco mas de cien años la humanidad apenas despegaba del suelo en esperpénticos y frágiles aparatos, mientras hoy negociamos acuerdos internacionales en la nueva frontera que nos propone la estación espacial. Podríamos mencionar en esta línea una interminable lista de las nuevas «realidades» que la tecnología concretó lo que en su momento parecían meras fantasías o ideas aberrantes sobre la naturaleza de las cosas.

Hologramas, fractales, atractores, microscopios de efecto túnel, tomógrafos, resonancia magnética, nanotecnología, teleportación, etc, son solo algunos de los nuevos conceptos y dispositivos – «realidades» hoy al fin – que están a disposición cotidiana para mejorar la calidad de vida de nuestros contemporáneos.

Pero no es mi intención en este ensayo detenerme en la descripción de una contundente lista que muestra la evolución de la inteligencia humana, sí pretendo en cambio, de la mano del fabuloso escritor y apoyándome también en los hombros de los genios que lo inspiraron, exponer a la consideración del lector un argumento sencillo del mecanismo (¿cuántico?) que la naturaleza emplea en la conformación de lo que definimos como «realidad», para acceder con ayuda de dos metáforas (o mas bien una prototeoría y una metáfora o analogía de fácil comprensión): el «Todo» y el «Sintonizador», a una nueva versión de la relación objeto-sujeto que permita entender mejor el mundo que nos rodea, fundamentar la posibilidad de las «realidades múltiples» y superar viejas antinómias del tipo:

Idealismo vs. Materialismo, Dualismo vs. Monismo, etc, que han enfrentado el pensamiento racional durante más años de lo deseable.

Términos como: mecánica cuántica, decoherencia, antimateria, propiedades emergentes, teletransportación, etc, etc, nos intimidan injustificadamente con su complejidad, por falta de una explicación clara y sencilla que permita un acercamiento conceptual a los mismos, y a pesar que algunas de estas ideas revolucionarias están cerca de ser centenarias, la inmensa mayoría de la población no accede a sus increíbles implicancias y aun así tampoco son muchos los intentos de hacer mas fáciles y comprensibles estos conceptos.

Quizás dos, entre tantas, de las mas increíbles conclusiones a las que nos permite acceder la Teoría Cuántica son, en primer término: la revolucionaria idea de que la «realidad» del mundo exterior – el medio ambiente que nos rodea – que sentimos, observamos o medimos en la vida cotidiana, no depende exclusivamente de ella misma, sino que se trata siempre y finalmente de la manifestación en el interior del sujeto – el conocimiento, la conciencia, la consciencia – de las interacciones directas o indirectas de algunos de los elementos que componen o reflejan la naturaleza de ese multimundo o «Todo» exterior, con nuestro cerebro – el sintonizador – y, en segunda instancia: que a su vez estas interacciones puedan dar lugar a múltiples experiencias (conciencia, conocimiento y consciencia) o versiones de la «realidad» cotidiana, conformando lo que se conoce como la teoría de los «universos paralelos» (mencionada por sus siglas en inglés como MWI ó múltiple worlds interpretation).

Desde este nuevo enfoque o punto de vista que nos propone la Teoría Cuántica, la vieja y venerable pretensión humana de conocer la «esencia » o el «ser » de las cosas, o la cosa «en sí», es simplemente una quimera, ya que para que algo «sea», «exista» o se incorpore a nuestra «realidad», es necesario que esa cosa o sus elementos constitutivos interactúen – se manifiesten – directa o indirectamente con nuestros sentidos; condición que no se cumple en ninguna de las expresiones mencionadas, ya que éstas se refieren específica y enfáticamente a lo interior y propio de la cosa, constituyendo en todo caso una de las tantas trampas o paradojas que nos depara nuestra forma de expresión.

Algo así como jugar con ciertas frases que nos asombraban en las clases de Lógica; recuerdo aquella que decía:

«esta frase es falsa»,

que si en realidad es cierta representa un contrasentido ya que si realmente es falsa es verdadera.

Digo entonces que solo conocemos el resultado de las interacciones directas o indirectas de las diferentes señales provenientes de las cosas externas con nuestro cerebro, a través de los diferentes sentidos y posterior procesamiento de estas señales codificadas (información), por las distintas funciones de nuestro organismo, no todas conscientes

De allí las dificultades con que se enfrentaban, hasta ahora, quienes querían definir la naturaleza última de la «realidad» ya que cualquiera sea el método utilizado para detectarla, se trata siempre de interacciones que no solo dependen de los elementos locales – los objetos – que interactúan, sino también del contexto en que lo hacen y las particularidades del sistema de observación y juzgamiento del sujeto.

Dicho de otra forma: para que algo «exista», es decir que haya un objeto o cosa, es necesario que haya una interacción del mismo con otro elemento o cosa que actuará como sujeto y/o viceversa; de no ser así estaremos en presencia de lo que definimos como: la nada.

Es justamente la Teoría Cuántica con su principio de incertidumbre (o indeterminación), su ecuación de probabilidades de ondas, el colapso de la función de onda, etc., etc, la estructura o herramienta intelectual que nos permite especular con la posibilidad de que existan diferentes «realidades» en la naturaleza – el Todo – que se manifiestan solo según las características de las particulares interacciones entre el objeto del medio ambiente exterior y el sujeto (en este caso, nuestro cerebro o sintonizador) en cada experiencia o suceso particular y eso por solo hablar de los niveles recientemente conocidos de interacciones.

Cuando digo «niveles recientemente conocidos» me estoy refiriendo a los niveles cuánticos o subatómicos que fueron puestos al descubierto y se comenzó a investigar y trabajar con ellos _ es decir entraron a formar parte de la «realidad», nuestra «realidad» – recién en el pasado siglo XX.

Estamos hablando de electrones, protones, neutrones, fotones, positrones, etc y los mas elementales aún quarks, neutrinos, gluones, etc, etc, algunos de los cuales pertenecen mas al mundo teórico que al práctico y otros como los gravitones, las cuerdas, las branas, etc, mas cercanas todavía al nivel especulativo o la esperanza, que a la «realidad» concreta.

Resumiendo, la intención es poner al alcance de quién tenga inquietudes sobre su rol en esta aventura abierta que nos propone la vida, una explicación de una de las tantas funciones que cumple el cerebro, en particular el cerebro humano y que creo es semejante a la de un sintonizador como mecanismo detector y creador de «realidad» mediante la conciencia y consciencia, empleando esta didáctica metáfora con argumentos que apelan a elementos conocidos por todos, coherentes y compatibles también con los pensamientos que el genial escritor nos brindara desde el deleite intelectual de su prosa y poesía, en concordancia documentada con los últimos avances del conocimiento humano.

Sin despreciar otras explicaciones, pienso que el funcionamiento del cerebro humano puede asemejarse – reitero, solo a modo de parábola o metáfora explicativa de una de las varias funciones del cerebro – al funcionamiento de un sintonizador de radio o de TV, con la diferencia de que en lugar de producir sonidos o imágenes, en este caso se producen ideas, abstracciones, conciencia, conocimientos y consciencia. Empleando entonces esta semejanza en forma similar a como el término metafórico «Big-Bang» pudo expresar con tanto éxito (aunque solo sea una ligera aproximación ) la explosión primigenia de nuestro universo.

La idea o metáfora de pensar el cerebro como una máquina no es nueva ya que es empleada consciente o inconscientemente por la inmensa mayoría de los científicos que trabajan en las neurociencias y la medicina en general, lo que sí puede tener cierto sentido de novedad es la idea de asimilar el funcionamiento del sistema sensitivo/operativo de un cerebro – en tanto detector/elaborador de la «realidad» – a la función de una máquina especifica: un sintonizador y solo he encontrado una sola referencia similar a esta figura o metáfora, en el caso del ya extinto y conocido químico suizo, el Dr Albert Hofmann, inventor del injustamente maltratado ácido lisérgico (LSD), que en su libro: «Mundo interior, mundo exterior», páginas 33 a 44 (Humanics New Age; 1989, ) nos habla del cerebro actuando como un sintonizador de la realidad, que produce conciencia y consciencia…, marcando y remarcando una diferencia que no es menor: el cerebro es un organo vivo que nace, crece, declina y muere en cada individuo según las pautas evolutivas de cada especie y que puede ser modificado en su morfología, capacidades y otras características propias, por su propio funcionamiento.

En los últimos años otros intelectuales o pensadores de la consciencia han arriesgado explicaciones o metáforas cercanas al sintonizador, como es el caso del arquitecto sueco Jan Holmgren (The Detector Aproach, http://home.swipnet.se/) o el profesor de filosofía en la Universidad de Oulu, Finlandia, Timo Jarvilehto, quienes, entre otros, en el interesante: «Kart Jaspers Forum» (http://www.kjf.ca/22-R5HOL.htm), han presentado diferentes aproximaciones similares a esta metáfora que ellos denominan detector o detectismo.

Parafraseando el léxico jurídico, podríamos decir que trataré de usar en la defensa de estas metáforas y en la justificación de cada concepto empleado, aquellos argumentos o explicaciones que constituyen: las «evidencias fácticas», «pruebas» o «indicios» mas consensuados entre los investigadores científicos actuales y con la no menos importante consideración o aclaración que todo este conjunto de opiniones son coincidentes en que nuestros conocimientos científicos de hoy día están lejos de constituir una certeza en términos absolutos y seguramente serán modificados, ampliados y quizá mejorados en los tiempos por venir.

Memes, ideas y conceptos acendrados como el tiempo y el espacio, tan íntimos y naturales a nuestros pensamientos y experiencia diaria, han sufrido tanto el embate de nuevos razonamientos y teorías, que poco queda ya de la certeza del sentido común primario, fruto de la dimensionalidad (macrocotidianidad) en que pasamos normalmente nuestra existencia y a la cual nos hemos acostumbrado, aunque no resignado.

Encontramos así que explicaciones relativamente recientes – no mucho mas de una centuria – sobre la estructura del átomo como algo similar a un pequeño sistema planetario en miniatura según nos enseñaban pocas décadas atrás, o sobre los orígenes y destino de nuestro universo, como el «Big Bang» y el Big Crunch», están siendo cuestionadas dramáticamente, planteando insospechadas consecuencias.

Pretendo entonces resaltar los fundamentos argumentales tanto de la prototeoría del «Todo», como la metáfora del «sintonizador», empleando la menor fraseología y formulación técnica posible, a fin de lograr el objetivo mayor de acercar los contraintuitivos y casi escandalosos conceptos relativistas y cuánticos a la población instruida en general, aún sin una formación fisico/matemática en particular.

No se me escapa que un razonamiento como el que presento en este ensayo puede ser tildado de «reduccionista» por quienes están mas cerca de filosofías dualistas o animistas del tipo «Deux in machina», al interpretar que quiero explicar el comportamiento humano o la formación de su consciencia, «solo» en base al accionar de las fuerzas elementales de la naturaleza que mejor conocen las ciencias duras. Me adelanto entonces, y lo reitero después en el desarrollo del ensayo, que la metáfora del cerebro como un «sintonizador» o detector/creador de «realidad» es solo eso: una metáfora o analogía que busca explicar con un ejemplo electromecánico bastante simple, conocido e ilustrativo, la relación o interacción, descripta a nivel cuántico, entre el mundo o medio ambiente que nos rodea y nuestro Sistema Nervioso Central – en particular nuestros diferentes sentidos – conformando o «emergiendo» entonces una sola representación mental (en un primer paso la conciencia animal básica que compartimos, con diferentes matices, con todos los demás seres vivos y en una segunda etapa la consciencia, prácticamente exclusiva de los humanos) o «realidad» de cada individuo en su particular universo, entre las muchas – ¿infinitas? – posibles que costituyen el «Todo», logrando con otros sectores y mecanismos del cerebro el procesamiento posterior de la información así captada, para la reconfiguración de su propia estructura y entre otras cosas elaboración de acciones/comportamientos eferentes, creación de memorias, nuevas perspectivas/expectativas, etc.

La extremada complejidad del ser humano (recomiendo enfáticamente la lectura de D. R. Hofstadter, en su maravillosa obra: «Escher, Godel y Bach, un grácil y eterno bucle») impide llevar la metáfora mas allá de esos primeros pasos o interacciones propuestas y menos suponer que el complejo comportamiento humano pueda explicarse solo por esos primeros niveles de interacción elemental. Cerca de quince mil millones de años – por solo mencionar el período conocido o pretendidamente conocido de la evolución de nuestro universo – ponen su sello en cada versión genética que nos toca en suerte y las posteriores e infinitas interacciones con el medio ambiente, con su acopio permanente y constante de nuevas «propiedades emergentes» a cada nivel de interacción, vuelven ilusoria esa pretensión.

Conviene distinguir entonces diferentes mecanismos o etapas – metáforas al fin – que actúan en los procesos que permiten al ser humano adulto, sano, despierto y atento comportarse como tal:

1 – Interacción medio ambiente con el sistema sensorial que permite ingresar información al organismo (cerebro/sintonizador; 1º etapa).

2 – Transmisión de la información a diferentes centros de procesamiento, mediante diferencias de potencial electroquímicos en conductos biológicos (nervios, neuronas, sinapsis, etc.) con diferentes aperturas y cierres de distintos tipos de circuitos: en serie, en paralelo y hasta holográficos (cerebro/sintonizador; 2ª etepa)

3 – Procesamiento de la nueva información ingresante en diferentes centros u órganos (amígdalas, hipocampo, cortex, etc, etc.) que configura y reconfigura la estructura neural original (hardware y software) de los propios órganos del cerebro, generando distintos compuestos (neurotransmisores, hormonas, enzimas, etc.) que dan lugar a memorias, expectativas, acciones eferentes y otras manifestaciones como la conciencia en todos los animales. Siguiendo con la metáfora fisicomecánica, esta tercer etapa correspondería a lo que podemos considerar la transducción o transformación de las señales codificadas (información) captada y transmitida por el cerebro/sintonizador mediante potenciales eléctricos y químicos, en nuevos elementos o estructuras electroquímicas (los neurotransmisores, hormonas, etc.) con información equivalente pero expresada en una forma diferente (emergente). (cerebro/sintonizador; 3ª etapa, que se solapa con funciones de otro tipo de mecanismo fisicomecáníco o metáfora como es el caso de los procesadores, computadores, o UPC).

4 – Parte de la información que forma así la conciencia animal (o conocimiento inconsciente), es enviada o se transmite en cuestión de milisegundos (200/250/350 ms) a diferentes partes del cuerpo, regulando distintas funciones orgánicas como por ejemplo el equilibrio térmico, la preparación para el esfuerzo, la salivación, el ritmo cardíaco, la atracción sexual, acciones motoras, etc, etc. y también entre otros destinos se comunica con sectores de los lóbulos frontales del cerebro, dando lugar a lo que conocemos como consciencia y quizá el libre albedrío, atributos reconocidos como casi exclusivamente humanos, según se puede apreciar en interesantes páginas como: www.colmed5.org.ar/Noticias/albedrio.htm y también en: melendi23.spaces.live.com/blog/cns!3085CA4CEA6D044A!1862.entry, donde se muestran los experimentos que realizaron científicos de primera línea como el director del instituto alemán Max Plank para la investigación cerebral, Dr. Wolf Singer (1943, ) o el fisiólogo norteamericano Benjamín Libet (1916, ), midiendo estos tiempos de interconexión cerebral.

Queda claro entonces que no pretendo explicar el comportamiento humano como exclusivo producto de las interacciones entre partículas subatómicas conocidas, sino en todo caso observar y destacar que este nivel de relaciones es el mas elemental que permiten los conocimientos actuales de la humanidad y que dejan abierta la sospecha de:

a) la existencia de una «realidad» mas profunda de la naturaleza, a la cual aún no hemos accedido, y

b) una creciente complejidad evolutiva en las interacciones nivel por nivel (átomos, moléculas, células, etc, etc.) con propiedades novedosas (emergentes) en cada uno de ellos, e imprevisibles según los datos y conocimientos disponibles en el nivel anterior.

En síntesis, espero aportar un mecanismo de explicación metafórica de cómo surge la conciencia y el conocimiento en los seres vivos, así como finalmente también la consciencia en los humanos, producto de interacciones que se presentan en este, nuestro universo, como parte de una naturaleza mayor – el «Todo» – a la que vamos conociendo a medida que evolutivamente interactuamos con ella.

No aventuro juicios sobre finalidades o teleologías desconocidas y menos sobre comportamientos de individuos tan complejos como somos los seres humanos, solo pretendo llamar la atención sobre el hecho irrefutable de que el actual alcance de nuestros conocimientos, no presentan otros mecanismos ontológicos que justifiquen fanatismos de ninguna clase y sí, en cambio, una mayor humildad.

Creo firmemente y así lo expongo en el ensayo, que muy difícilmente la ciencia nos dé todas las respuestas sobre la naturaleza de las cosas, la «realidad» y nuestra relación con ella, pero tengo la esperanza que la evolución nos lleve por ese interesante camino, en tanto mantenga el valor de la duda como elemento generador de impensadas y justificadas emergencias y evite el paralizante estigma del dogma.

En la compilación del texto he intentado mantener un desarrollo cronológico de cómo surgen en los humanos las crecientes facultades cognitivas, hasta la aparición de la consciencia como fenómeno emergente inédito en nuestro universo conocido.

Capítulo III

Latidos de eternidad

(criticando el Big- Bang como único comienzo posible)

En cosmología – la ciencia o conjunto de ciencias que estudia las leyes generales que rigen el mundo físico del universo considerado como una unidad -, cuando los científicos se refieren al origen del mismo empleando la ilustrativa y conocida metáfora del «Big Bang» en lo que hoy se acepta como «Modelo Estándar» explicativo de la realidad y su estructura, se suele emplear con frecuencia un argumento que suena algo así como: «…..Retrocediendo en el tiempo más allá de esa singularidad, cuando y donde no había tiempo ni espacio alguno. De esa nada surgió el espacio tiempo, y con el espacio tiempo vinieron las cosas…». , etc, etc.

La mayoría de las explicaciones al uso nos sugieren que nada había antes del Big Bang o «Gran explosión», ni tiempo ni espacio, que estas dimensiones se crean en ese momento inicial a partir de la nada absoluta; así nos lo explica entre otros, Peter W. Atkins, conocido profesor de químicafísica en la universidad de Oxford, miembro de la junta de gobierno del Lincoln College y autor del best-seller: «La Creación», que en el capítulo 5 (página 117, Biblioteca Científica Salvat, Ed. Salvat Editores S. A.) nos dice:

«…..Retrocedamos ahora en el tiempo más allá del momento de la creación, a cuando y donde no había tiempo ni espacio alguno. De esa nada surgió el espacio tiempo, y con el espacio tiempo vinieron las cosas.

Andando el tiempo apareció también el conocimiento; y el universo, que en un principio no existía, se hizo consciente.

Ahora bien, en el tiempo anterior al tiempo no hay sino extrema simplicidad.

En realidad no hay nada; pero, para comprender la naturaleza de esa nada, la mente necesita alguna clase de apoyatura. Esto quiere decir que hemos de pensar al menos por el momento, sobre algo. Así pues, no más que por el momento, pensaremos en casi nada.

Intentaremos pensar no en el espacio-tiempo en si mismo, sino en el espacio-tiempo antes de ser espacio-tiempo. Aunque no puedo precisar con exactitud lo que esto significa, trataré de indicar como se puede empezar a encararlo. El punto importante a tener en cuenta es que es posible concebir un espacio-tiempo carente de estructura, y que es posible, tras alguna reflexión, formarse una imagen mental de ese estado geométricamente amorfo.

Imaginemos que las entidades que están a punto de estructurarse en el espacio-tiempo y, mas tarde, en elementos y elefantes, son como un polvo sin estructura. Ahora bien en el tiempo de que hablamos no hay espacio-tiempo alguno, sino tan solo polvo del que se ha de formar el espacio-tiempo. La ausencia de espacio-tiempo, la ausencia de geometría, solo significa que no se puede decir que tal punto está cerca o lejos de tal otro; ni se puede decir que esto precede o sigue a eso. En esas circunstancias se da un estado amorfo absoluto. Mas tarde tendremos que barrer hasta el polvo; pero ésta, como todas las simplificidades , se cuidará de si misma….»

Otros importantes pensadores al igual que Atkins, arrancan el comienzo del universo conocido, a partir de un fenómeno singular que vulgarmente se conoce como «Big- Bang», previo al cual no se reconoce la existencia del tiempo ó el espacio, como si todo empezara de cero en ese supuesto inicio de toda historia.

Desde mi punto de vista, el evento conocido como «Big Bang» es solo – nada mas y nada menos – aquel punto ó singularidad temporespacial hasta el cual podemos extrapolar con cierta racionalidad hacia el pasado, (en realidad hasta el instante de 10 a la menos 43 segundos, aproximadamente 10 septillonésima parte de un segundo, tiempo de Planck) posterior a ese inicio, la aplicación de nuestros conocimientos actuales sobre las leyes naturales, el comportamiento y los movimientos de materia y energía observados en el cosmos, en particular frente a la expansión de los astros confirmada por el astrónomo Hubble en 1929 y el coherente proceso evolutivo registrado en todas las diferentes manifestaciones del universo, desde el magma o plasma primigenio pasando por átomos y moléculas, hasta los monos, las pulgas, el hombre y las galaxias.

Hoy por hoy se supone un relativo, precario y casi seguramente transitorio consenso entre los científicos, respecto a que el «Big Bang» es la situación o momento límite o singularidad temporespacial, previo a la cual nada se puede aseverar a ciencia cierta, ni sobre el tiempo ni sobre el espacio, lo que es algo muy diferente a tener que aceptar que antes del «Big Bang» nada existía o que nuestro universo surgió de la nada, como un milagro inesperado.

Al modo en que en su momento se pensaba que las supernovas o los agujeros negros eran acontecimientos o fenómenos extraños en el cosmos y hasta se dudaba de su existencia, hoy se sabe que se trata de sucesos que ocurren en infinidad de lugares en la inmensidad de todo el universo y también hay especulaciones científicas que nos hablan de numerosos «Bigs Bangs» de todos los tamaños, que suceden en la relativa infinitud del espacio, tal cual lo afirman Sean Carroll, profesor asistente de física en la Universidad de Chicago, junto a la estudiante graduada de la misma universidad Jennifer Chen (1), generando nuevos y particulares universos a partir de las crisis gravitacionales en las entrañas de los temibles agujeros negros a través – quizás – de tan insondables como desconocidos, por el momento, agujeros de gusano.

También y desde diferentes disciplinas otros autores coinciden con estos flamantes criterios; así en su libro: «El Infinito en la palma de la mano», Matthieu Ricard, monje budista de origen francés con formación científica en biología y Trinh Xuan Thuan, astrofísico de origen vietnamita (Editorial Urano; 2001; pag.37), nos dicen:

«La noción de comienzo es, sin duda, una preocupación esencial de todas las religiones y de la ciencia. La teoría del Big Bang, según la cual el universo fue creado hace aproximadamente quince mil millones de años, simultáneamente con el tiempo y el espacio, es la que mejor explica el universo observado. El budismo aborda este problema de una manera muy diferente. Se pregunta, en efecto, si es realmente necesario que exista un comienzo y se interroga sobre la realidad de lo que de esta manera habría cobrado existencia.

El Big Bang de la física, ¿es una explosión primordial o el comienzo de un determinado ciclo en una sucesión sin principio ni final de un número incalculable de universos?

¿Nos permiten nuestros conceptos habituales entender la noción de origen, o de ausencia de origen?

¿Acaso esta noción no refleja nuestra tendencia a cosificar los fenómenos, es decir, a considerarlos cosas dotadas de realidad intrínseca»…

Siguiendo el orden de estos razonamientos o dudas y coherentemente con lo expuesto anteriormente, creo que se puede definir «la nada» como la carencia o ausencia absoluta de elementos que puedan interactuar directa o indirectamente con elementos sensibles de nuestro intelecto (nuestro cerebro, el sintonizador), en una determinada y acotada región tanto del espacio como del tiempo.

Dada la importancia de definir lo mas correctamente posible nuestra particular interpretación de esta «nada» temporespacial – sobre la que se han escrito inimaginables y diferentes acepciones – permítaseme reiterar e insistir en que no se trata de algo que está vacío de contenido, que no contiene nada, sino mas bien se trata de un punto o lugar del espacio/tiempo cuyos elementos constitutivos no interaccionaron ni interaccionan a la fecha con nuestros sentidos ni con nuestros instrumentos, por lo que no forman parte alguna de nuestra «realidad», la realidad de la versión del universo a la que Ud. y yo pertenecemos y consecuentemente no participan en nuestros razonamientos y conocimiento actual/circunstancial.

Por supuesto se trata siempre de algo transitorio y preñado de potencialidades, en la medida que evoluciona nuestro cerebro/sintonizador.

Seguramente en otros lugares o «realidades» – si se pudiera decir algo así – del multiuniverso, del «Todo», esta interacción es un hecho.

Por ejemplo veamos lo que ocurrió con las radiaciones electromagnéticas, que recién fueron conocidas y reconocidas – siempre en nuestra versión – como tales, a partir de su descubrimiento y aplicación alrededor del siglo XVIII y sin embargo estas radiaciones siempre estuvieron allí, como lo están hoy, rodeándonos y en algunos casos atravesándonos por todos lados, pero no teníamos la capacidad de elaborar conciencia, consciencia, conocimiento ni reconocimiento de ellas, a excepción, claro está, de la pequeña banda de radiaciones correspondiente al espectro o luz visible.

Obsérvese que el paulatino descubrimiento, comprensión y aplicación de las radiaciones electromagnéticas (ondas de radio, rayos X, infrarrojas, ultravioletas, ionizantes, radar, etc., etc.,) a partir del siglo XIX, implica no solo el procesamiento mental de conceptos, razonamientos o elucubraciones no existentes hasta ese momento, sino también la incorporación a la «realidad» de elementos físicos como los electrones, los neutrones, y otras cosas nuevas tan concretas como anteriormente lo habían sido la materia, la energía, los tigres diente de sable, etc. y si se observa cuidadosamente hasta podemos detectar las sospechas que tenían previamente los pensadores de aquella época, sobre que el vacío o la nada espacial de esos tiempos contenía un o unos elusivos componentes que denominaban genéricamente «eter»; algo similar nos ocurre en la actualidad con lo que denominamos la nada del vacío cuántico, quizá repleta de elementos subnucleares o sub subnucleares que desconocemos.

Escrito por Oscar A. Di Marco Rodriguez

Fuente:  http://www.redcientifica.com/doc/doc200809010002.html

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