MEDICINA CUANTICA

Hablemos de Teresa Forcades- Parte I

by on Dic.30, 2009, under Conferencias-Charlas, El Enganche Espiritual, Los Místicos, Tributo a los Héroes


Foto by Philip Ryan

¿Qué hace Teresa Forcades dando charlas sobre los aspectos que definen la feminidad y la masculinidad? Estos forman parte del análisis sobre la naturaleza dual de la existencia que la filosofía budista ha introducido en Occidente, a través de conceptos como Yin-Yang y que muchos de nosotros hemos estado manejando al tiempo que inhalábamos y exhalábamos cumpliendo con los deberes de la buena meditación. La influencia búdica en Occidente nos deja el legado de atravesar el dualismo para integrar la totalidad y en esto –no solo en las vacunas- Teresa Forcades nos abre paso con su visión.

Utilizando como colofón de fondo una charla que tuvo lugar el año pasado en Venezuela sobre la Feminidad en Dios, Teresa demuestra la superación de la dualidad con una soltura que deja a los mismos budistas a la altura de sus cuentos zen, incluido el “pam-pam”. Es la luz que abre el camino a muchos de nosotros que nos hemos atascado en el concepto del karma, del equilibrio, de la lucha por atravesar el mentalismo, del avance en los estados lumínicos y de los pasos adecuados para agitar la kundalini en el dominio de la meditación. No se si hay mucho que debatir en su discurso ya que al igual que en el video “Campanas por la Gripe A” por el que es famosa, ofrece sus alegatos basados en lo que ya ha sido aceptado y demostrado por expertos: se basa en evidencia y construye sobre ella. Ella ha labrado su propio camino resolviendo parte de las atrofias que nos esclavizan en lo cotidiano para volver al mensaje básico utilizando el raciocinio, la audacia, el humor y sobre todo haciendo honor de su valentía porque no deja títere con cabeza. Como Perogrullo que llama a la mano cerrada “puño”. Decíamos que lo importante del artículo es el mensaje: no hay diferencias esenciales en nada. Ni en algo que nos parecía irrebasable como son los dos géneros. NO para Teresa Forcades: todos somos iguales. O veamos…

Una vez que despeja toda duda sobre la falta de conocimiento generalizado interrogando a la audiencia acerca de las diferencias de los sexos, el doblete femenino-masculino, Teresa va hilvanando su tesis empezando con estudios que demuestran que el género no es algo NATURAL sino CULTURAL. Citando los estudios de la Dra. Mead “estamos diciendo en nuestros resultados de investigación que el género es eminentemente cultural, y por tanto que no hay nada de natural en ello, pero, aunque he encontrado culturas donde lo que una llamaba masculino la otra llamaba femenino, y viceversa, no hemos encontrado ninguna cultura donde el ser humano se defina a sí mismo como ser humano genérico”.

A lo largo de la charla defiende su tesis con pinceladas de humor y guiños a la vanidad e intención femenina en“Según Ustedes, en Occidente, en nuestra cultura, cuando una mujer se maquilla el rostro y se ornamenta el vestido, ¿para qué lo hace?, ¿para agradar a quién? A veces decimos que al hombre, pero yo creo que es a la vecina más que al hombre, porque el hombre no se entera mucho de si se ha combinado bien los colores. La mujer suele decirle al hombre: Oye, ¿no te das cuenta de que el vestido es nuevo? En cambio la vecina… ¡ay si lo ve la vecina y el vestido es del año pasado! En fin, no sé si es al hombre o a la vecina o a una misma, pero parece que sí es para agradar, que eso es algo que va con el saber combinar bien y con el tener esa habilidad de saber realzar las dotes propias, físicas y de todo tipo, de colores, de cabello, etc., realzarlas y dar esa buena impresión a los demás”. O criticando la jerarquización social en: “se pueden poner unas rayas, pero si eres el jefe [indio], te tocarán tres, o treinta, pero si eres el soldado raso, a ti te toca una, y no más de una. Las plumas del penacho, igual: si eres el jefe, quizá te lleguen las plumas al suelo, pero si eres el soldado raso, una pluma y se acabó. Y también se atreve con la iglesia denunciando la diferencia de clases: «¿Y qué pasa todavía en el estamento clerical, con las mitras, o con las capas de vestido? Un diácono se pone una, y si es más, si es sacerdote, ya se puede poner casulla, y si es obispo, más capas y más volante, ¿no?» Ho, ho, ho…

Si esto ya da para mucha meditación, con el epígrafe, “sexo, género y deseo” analiza ahora bajo lupa médico-biológica la diferencia de sexos y descuartiza la férrea división inherente a modo cultural en cada uno de nosotros aoscultando en tres niveles: (1) cromosómico (en el cromosoma 23 hay más combinaciones aparte de XX y XY. ¿Que hacemos con la gente que tienen XXY y XO aparte de clasificarlos con síndromes?), (2) gonadal (y aquí aparecen muchas de nuestras vergüenzas al airear el trato que damos a los niños que nacen con el pene pequeño “la cuestión es que hasta un centímetro se considera un clítoris, y entonces se considera que ese recién nacido es hembra, independientemente de cómo sea su dotación genética, porque se cree que aunque tenga una dotación genética con una X y una Y, si no tiene pene ¿cómo va a crecer como un hombre normal? Por tanto le dan estrógenos, hormonas femeninas, desde pequeñito, para hacer que se desarrolle como mujer. Y eso parece que psicológicamente le va a ayudar más. Por tanto, un centímetro o menos se considera hembra. Dos centímetros o más, aunque sea un pene pequeñito, se considera que ya puede pasar como varón, por lo que, independientemente de que tenga XX dentro, se le van a dar hormonas masculinas y hacer crecer a ese niño (o a esa niña) como varón. ¿Y qué pasa si está entre un centímetro y dos? ¿Qué hacen los pediatras? Pues lo que hacen es cortar. Cirugía.”) y (3) genital donde redime a la gran figura del transexual aportando datos como los coeficientes de inteligencia –superiores en 2 desviaciones por encima de la media- o las autopsias cerebrales que demuestran la yuxtaposición entre los órganos sexuales y el funcionamiento del cerebro.

¿A dónde quiere llegar Teresa Forcades con esta línea de argumentación? Hacia el siguiente paso evolutivo del hombre: la angelitud. “La feminidad y la masculinidad existen, pero estamos llamados a superarlas. Eso quiere decir que la diferencia de género es un punto de partida antropológico (con todas las variantes, ¿eh?, no es una cosa fija, pero es un punto de partida), que va a tener mucho de cultural y que tendremos que negociar…Por tanto, nuestra trascendencia de género la debemos entender como parte de nuestra cristificación. ” Su tesis es una autorreflexión sobre lo que somos mas allá de las apariencias y se vale del poder simbólico de Cristo para recordarnos que su figura nos une a través de la superación de la diferencia sexual entre hombre y mujer. “Porque siempre, en Cristo Jesús, tengo que ver al otro como pieza única, como alguien que es inclasificable, como alguien que está más allá de toda categoría y que yo no le voy a hacer esa mirada de reconocimiento de su identidad de acuerdo con ninguna etiqueta, sino solamente de acuerdo con su identidad más propia y más irreductible, más irrepetible: no ha habido nadie nunca como la persona que tengo delante y no habrá nadie nunca como ella en el mundo”.

Dejo esta primera parte con su frase favorita: “les va a sonar fatal pero no se enfaden-: “Y al final de la humildad, digo: ya veo que soy un gusano”. Y a continuación la charla íntegra que dio en Venezuela.

¿Existe lo femenino en Dios?

Teresa Forcades está en Venezuela por segunda vez y gracias a los medios de información masivos, ahora no pasará desapercibida ni clandestinamente. Es el asunto de estas personalidades de vocación religiosa que actúan consecuentemente según sus votos de castidad, pobreza y humildad.

Lo particular con Forcades, monja benedictina teóloga feminista y doctora en medicina, es su arte de explicarse a sí misma y a la humanidad, no sólo cómo se conjuga la castidad y el deseo o el sentido útil de la fama, de amplificar discursos como los de ella, sobre la masculinidad, la feminidad y la feminidad de Dios mismo.

Este artículo —facilitado por la misma Forcades— es una muestra de su pensamiento audaz y subversivo de todo el “orden natural de las cosas”. Tuvimos la feliz oportunidad de encontrarla en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, a próposito del conversatorio del Premio de Ensayo Mariano Picón Salas y allí Mónica Mancera la abordó para intercambiar inquietudes sobre el feminismo y los asuntos contemporáneos que próximamente publicaremos. A la misma Mónica le entregó este artículo que sigue a continuación, un adelanto de su propia voz.

“El tema que voy a desarrollar hoy se titula “Lo femenino de Dios”, pero antes de hablar de si en Dios existe o no eso que llamamos lo femenino, empecemos con un ejercicio de participación.

Vamos a hacer dos columnas: en una ponemos femenino; y en otra, masculino. Y ahora me van diciendo ustedes, por favor, cuál es la característica principal de lo femenino.
Alguien de la asamblea: Ternura.

Ternura.
Otra persona: Delicadeza.
Teresa Forcades: Un momento. Ahí donde usted ha dicho que lo característico de lo femenino es la ternura, ¿qué le pongo a lo masculino?
La persona aludida: Racionalidad.
T. F.: O sea, que las mujeres, de racionalidad nada. Voy a ir haciendo comentarios, pero quiero que dejen a un lado eso que se llama “lo políticamente correcto”, es decir, eso que se puede decir o que no se puede decir según el grupo en que se esté. Es una limitación, un empobrecimiento. Por eso ahora, tanto en mi charla como en sus intervenciones, es fundamental que cada uno pueda hablar desde su realidad, no desde lo que crea que va a quedar bien, porque entonces ya… pleguem, que decimos en catalán, ya nos vamos, pues si ya sabemos el resultado o dónde queremos llegar, esto no va a ser ni un ejercicio útil ni un debate útil. Por tanto, cuando den una opinión, ustedes digan eso de lo femenino y masculino desde donde creen, aunque pueda resultar problemático. Y yo también haré comentarios a partir de lo que me parezca que puede ser interesante. Pues bien, aquí ha habido una primera intervención que dice: lo más característico de lo femenino sería la ternura, y le pone a lo masculino la racionalidad, como si la racionalidad no fuera tierna o la ternura no fuera racional. Pero esto no lo dice solamente la persona que ha hablado sino que, quizá, todos tenemos eso dentro.
Más características…
Otra persona: Delicadeza. En lo femenino.
T. F.: Delicadeza. Si me dice delicadeza en lo femenino, ¿qué le pongo en lo masculino?
Responde: Rigidez.
T. F.: Rigidez…(luego se pueden quejar los hombres). Más.
Otra persona: Amor.
T. F.: ¿Amor, dónde?
Responde: En lo femenino.
T. F.: Entonces, con esto ya hemos acabado la charla, que dice “Dios es amor”.
T. F.: Pero me dice que amor lo ponemos en las dos partes. Más cosas.
Nueva intervención: Intuición.
T. F.: Si usted me dice intuición en lo femenino, en lo masculino, ¿qué pongo?
Respuesta: Deducción.
T. F.: O sea, eso que dicen que los hombres son más analíticos, ¿no? Y las mujeres, más emocionales. ¿Es eso? ¿Está segura? ¿Qué más ponemos?
Nueva intervención: Compasión, en lo femenino.
T. F.: Y ahí, en lo masculino, ¿qué pongo?
Respuesta: También compasión.
Otra intervención: En la mujer, relación.
T. F.: Relación. Ponemos relación. ¿Y en lo masculino?
Respuesta: Individualismo.
T. F.: Individualismo. ¿Hay alguien que con este paralelo, tal y como lo tenemos de momento, se sienta mal?
T. F.: Un momento. Marcelo se siente mal. Entonces, Marcelo, ¿cuál caraterística cuestionaría usted ahí?
Marcelo Barros: Todas.
T. F.: ¡Todas! Bueno, pues como no sé cómo dibujar eso, voy a hacer un cambio.
[Tacha la línea que separa ambas columnas] Pero esto no quiere decir que elimino todo, porque está lo que he tachado y lo que no he tachado, es decir, queda lo que habéis dicho, que refleja algo que creemos, pero también está esta separación, y Marcelo lo expresa muy bien. Pero quizá hay alguien más que dice “hombre, a mi que me pongan de esa manera en la clasificación…”. No solamente los hombres se pueden quejar de
que les llamen rígidos, sino que también puede haber una mujer que diga: “si me pone intuición a mí me falta algo, pues la deducción es lo mío, porque yo quiero avanzar analíticamente, de forma lógica, y así me siento mejor. No quiero que todo el mundo lo haga, pero yo creo que, aunque sea mujer, yo soy así y mi cabeza funciona así”. ¿Qué sería? ¿Una mujer desnaturalizada?
Nueva aportación: Entrega.
T. F.: Entrega, ¿dónde?
Respuesta: En la columna de lo femenino.
T. F.: ¿Y en la columna de masculino qué ponemos? ¿Cómo que “no lo sé”? Pues pongo “no lo sé”; no está mal. Es muy importante, por eso he empezado diciendo lo de políticamente correcto; va por ahí. ¿Es que tenemos que tener ya todas las respuestas? ¿Es que solamente nos atrevemos a verbalizar, a decirnos a nosotros mismos y luego en público o en una reunión privada o en una entrevista, sólo lo que cuadra? Porque si es así, es lo que les decía al principio, paramos ya de pensar, porque no vamos a llegar más allá de donde ya estamos. Poner en una columna entrega y en la otra no lo sé, eso es real en nosotros. Tenemos impresiones, conceptos que son problemáticos, y problemáticos quiere decir que por una parte uno dice: “Hombre, sí, hay diferencias”; y cuando las intenta formular, dice: “Claro, pero no puedo concretar muy bien esas diferencias. Las mujeres que conozco, yo misma, ¿es verdad que somos todo esto y no somos aquello?”. Quizá algunas sí, quizá algunas no, no vamos a ir a respuestas fáciles o simples.
Nueva aportación: Global.
T. F.: Global, ¿dónde?
Respuesta: En la mujer.
T. F.: En la mujer, global. ¿Y al otro lado?
Respuesta: Lineal.
T. F.: Lineal. Global/lineal. Aquí nos vamos más al ámbito abstracto, cosa que no está mal.
Nueva aportación: Yo diría comunicación.En lo femenino, comunicación íntima.
T. F.: Comunicación íntima en lo femenino ¿Y en lo masculino?
Respueta: Introversión, o sea, que ellos se quedan… hacia adentro.
T. F.: Introversión, una palabra un poco complicada… Ya saben ustedes que a veces para definir lo femenino y lo masculino se utiliza esa clasificación que nos viene de la filosofía oriental, el yin-yang. Y ahí es justo al contrario: al yin le corresponde la luna, le corresponde la noche, el silencio; al yang le corresponde el día, le corresponde el sol, la palabra. Aquí introversión… sale masculina, y está bien, porque lo que deseamos no
es que al final nos salga un esquema que cuadre perfecto, sino precisamente lo que está saliendo. Que salga lo que salga.

FEMENINO Emoción,
compasión MASCULINO
Ternura
Delicadeza
Amor
Intuición
Compasión
Relación
Entrega
Global
Comunicación íntima
Racionalidad
Rigidez
Amor
Deducción
Compasión
Individualismo

Lineal
Introversión

Ahora, si me permiten, voy a hacer ya la transición, porque si no, nos podemos pasar la mañana con las columnas. Tenemos que partir de este cuadro porque, si esto no lo aclaramos un poco, luego la charla sobre lo femenino de Dios o sobre lo femenino de las mujeres o sobre lo femenino del mundo, de la sociedad, de la espiritualidad, queda sobre una base que no tenemos nada clara. Y esa primera aclaración o pregunta o toma
de conciencia sería: ¿cómo estamos concibiendo lo femenino y lo masculino?

Lo concebimos como algo real, que existe y que existe así, como separado (por un lado lo femenino, por otro lo masculino), y que luego lo uno complementa a lo otro, aunque esa idea de la complementariedad puede también darse en el interior de cada individuo, de cada persona. Cuando se dice complementariedad, es algo que se tiene que matizar, pues si lo entendemos como que un femenino se complementa con un masculino,
entonces las monjas lo tenemos mal. O si entendemos que esa complementariedad se puede dar dentro de cada individuo. Pero eso es solamente una manera de hablar. Hay otras maneras de hablar de femenino y masculino, en las cuales no solamente no se ve lo femenino como complemento de lo masculino o lo masculino como complemento de lo femenino, sino que se puede ver lo femenino y lo masculino como antagónicos, como incompatibles, como en lucha. Como que si alguien que es completamente femenino se
acerca a alguien que es completamente masculino lo que va a haber es un choque, una lucha.

Hay un libro, diriamos de psicología pop, que se ha hecho relativamente famoso, que se titula algo así como Los hombre son de Marte y las mujeres son de Venus. La tesis es que si Marte, el dios de la guerra, y Venus, del amor, se encuentran, primero, ya se sabe quién queda encima –y con eso no decimos nada de posturas–, y luego lo que va a haber entre Marte y Venus no es una comprensión mutua, sino una tensión constante, una guerra. Pero también hay una psicología pop de la otra, que dice: “cuando se encuentran una feminidad y una masculinidad es lo más maravilloso, es el ideal romántico, cada uno queda completado, y por tanto feliz y lleno en ese encuentro”.
Según esto, tendríamos problema con el celibato, pues qué ocurre ahí: ¿se queda la persona a medias? ¿o qué pasa? Pero tenemos más problemas…

Ha salido la compasión en las dos columnas, pero, normalmente, en nuestra cultura occidental, que es una cultural racional (tiende a ser una cultura en la cual tiene más prestigio la racionalidad que la emotividad, y por eso ahora hay tantas charlas y tantos grupos que hablan de la inteligencia emocional y de intentar conocer también nuestras emociones), aquí, en esta cultura, normalmente se tiende a asociar lo femenino con lo que sería el ámbito de la emoción. Por ejemplo, la palabra compasión, que ha salido, u otra que está más de moda, que sería empatía (que significa ser capaz de captar el sentimiento del otro, y no sólo el sentimiento, sino desde dónde habla, todo su mundo, toda su cosmovisión; ser capaz en la relación de acercarse al otro en su realidad de alteridad, no solamente imponiendo lo propio), en Occidente consideramos que es una característica más bien del ámbito femenino, así la hemos asociado culturalmente; mientras que en el ámbito masculino hablaríamos de objetividad. Por objetividad se entiende la capacidad de tomar decisiones prescindiendo de cómo va a afectar eso a la subjetividad del otro o incluso a la mía propia. Se dice: “a mí esto se me pone mal, pero yo voy a actuar racionalmente, objetivamente, es la ley, se tiene que hacer así. Ahora tú te mereces un castigo (o un premio), y yo no querría, pero lo voy a hacer porque eso es lo correcto”. Es actuar según una norma externa a mis sentimientos, porque si me dejo llevar por el sentimiento, puede ser el caos, y nuestra organización social y personal quedaría en entredicho.

Parece que ese ámbito de la objetividad en Occidente queda claramente asociado a lo masculino; y el ámbito que sería más empático o de lo subjetivo (es decir, tener en cuenta lo concreto de la persona que se tiene delante, cómo le va a afectar eso a esa persona), parece asociado a lo que se dice que es el genio femenino, de las mujeres.
Parece que sea así en Occidente, pero si eso del género y de sus atributos es algo biológico, constante, esencial, que es así porque la naturaleza lo marca así, no debería haber diferencias culturales importantes si nos movemos, por ejemplo, hacia Oriente, porque aunque se cambie de cultura la naturaleza es la misma y, por tanto, una mujer es una mujer sea donde sea, y un hombre es un hombre sea donde sea. Pero autores como José Luis Cabezón y Allison Black (que estudiaron el ámbito de cultura budista de la China en los siglos XV y XVI y vieron cómo se realizaban ahí esas atribuciones de género), encontraron que en esa cultura distinta, concretamente de influencia confucionista, la objetividad se consideraba una característica femenina, y la empatía se consideraba una característica masculina. Entonces diréis: “Ah, ya sé a dónde va esta charla: nos está llevando a decir que esto es una cosa absolutamente cultural y, por tanto, que no existe una realidad transcultural de feminidad y masculinidad”. Un momento, ya veremos si vamos a ir ahí o no.

Para acabar de presentar esta cuestión añado las investigaciones de dos antropólogas, Ruth Benedict y Margaret Mead, que trabajaron a inicios y durante toda la primera mitad del siglo XX, respectivamente, que con la misma intención dijeron: Vamos a esa pregunta de lo femenino y lo masculino: ¿es natural o es cultural?. O, matizando: ¿es (porque seguro que es una mezcla) eminentemente natural, y luego cada cultura le añade su capa de pintura?, ¿o es eminentemente cultural?, ¿o solamente cultural? Es una pregunta importante, porque ¿cómo nos vamos a definir, cómo vamos a hablar de lo femenino en Dios si eso es quizá un producto de una manera de organizar la sociedad que no es igualitaria? Entonces, ¿queremos en Dios eso o no lo queremos? ¿O cómo vamos a educar a nuestros hijos e hijas? Si creemos que es algo natural, vamos a
intentar que eso aflore en nuestros hijos e hijas; si creemos que es cultural, quizá los queramos educar para una contracultura que no sólo sea capaz de ahorrar el agua, sino que sea capaz también, por ejemplo, de superar estereotipos de género. Por tanto es una pregunta que no es teórica solamente.

Pues bien, Ruth Benedict y Margaret Mead, empezaron sus investigaciones etnológicas con esa pregunta. Y en esa época estudiaron culturas en diferentes lugares (ahora, con la aldea global, quizá no se podría hacer eso de irse por el mundo y encontrar diferentes culturas aisladas, porque quizá no quedan muchas, o no queda ninguna, pero, a principios del siglo XX eso era posible). No les voy a dar los detalles, pero desde el
principio se dieron cuenta de algo que se parece a esto que les he explicado aquí: que lo que en una cultura parecía femenino, en otra cultura quizá se consideraba masculino.
Había un intercambio de roles y de atributos que hizo pensar a estas antropólogas que el género era eminentemente cultural; y por tanto, en ese sentido, que podíamos crear una cultura en la que esa realidad de estereotipo de género fuera totalmente superada.
Ruth Benedict, que era un poco mayor, abandonó la investigación; Margaret Mead continuó, y al cabo de veinte años se hizo la siguiente observación: estamos diciendo en nuestros resultados de investigación que el género es eminentemente cultural, y por tanto que no hay nada de natural en ello, pero, aunque he encontrado culturas donde lo que una llamaba masculino la otra llamaba femenino, y viceversa, no hemos encontrado ninguna cultura donde el ser humano se defina a sí mismo como ser humano genérico.

En todas las culturas cada uno sabía muy bien a qué columna pertenecía. O sea, que parecía que, aunque no podamos dar la lista de características que van en una columna o en la otra, el hecho de las dos columnas, el dimorfismo sexual, parecía una constante que atravesaba las culturas; era transcultural. Si el género sólo fuera cultural, tendríamos que haber encontrado (al menos esa sería una hipótesis plausible) algún lugar donde la gente diga: “No, yo soy un ser humano, yo no soy mujer o hombre, tengo una anatomía diferente que mi compañero, pero eso no lo utilizo para construir mi identidad como persona”. Eso no sucedía. En todas las culturas, no solamente existía el dimorfismo sexual, aquello que se identificaba como femenino y lo que se identificaba como masculino, sino que existían normas sociales muy restrictivas para el intercambio de columnas. Es decir, que si en una cultura, pintarse, maquillarse el rostro, por ejemplo, es una característica femenina, no es indiferente si un hombre lo hace. Hasta hace muy poco, en nuestra cultura, le podía acarrear problemas gravísimos a un hombre si salía a la calle pintándose los labios y los ojos, etc. (Ahora, quizá no tan graves, pero si alguno lo prueba luego me lo cuenta, a ver qué pasa, a ver si hemos superado esto.)

En algunas culturas de indios norteamericanos, maquillarse el rostro no lo hacen las mujeres, lo hacen los hombres, y las mujeres no llevan esas rayas, se necesita ser varón para poder lucirlas. Si una mujer de esa cultura o de esa tribu sale de su tienda con la cara pintada así, también le van a pasar cosas, y no va a ser indiferente.
Por tanto, no solamente existen las columnas (su contenido varía, pero las columnas existen), sino que, además, parece que hacen referencia a algo muy importante, porque no se pueden cruzar, así, indiferentemente. Tanto Margaret Mead como luego Cabezón y Allison Black pensaron que podían ir más al fondo, puesto que si no se encontraba una lista fija de características femeninas y una de masculinas, se podría preguntar por el rol social que juegan las características que se atribuyen a la feminidad y las que se
atribuyen a la masculinidad. Quizá no sea lo mismo maquillarse el rostro si lo hace una mujer que si lo hace un hombre. En las culturas donde el maquillaje del rostro es propio de mujeres, quizá tenga un significado social distinto que en las culturas donde el maquillaje del rostro lo hacen los hombres. Y lo mismo, aunque parezca más difícil o más abstracto: quizá la empatía, en las culturas que dicen que la empatía es femenina,
no tenga el mismo valor social que en las culturas que dicen que la empatía es masculina.

En el ejemplo concreto del maquillaje del rostro –y podríamos decir también de la ornamentación del vestido–, nosotros aquí, en Occidente, hasta hace muy poco y aún ahora, diríamos que la que se ornamenta el vestido es la mujer: colores, adornos, farbalans (volantes en catalán); y el hombre, sobrio, serio, con su traje gris (en la especie animal eso a veces va al revés, porque el pavo real despliega su cola y tiene colores, y la hembra es más bien discreta, gris o marroncita). En el caso de los indios norteamericanos, el maquillaje del rostro y la ornamentación del vestido la realizaban los hombres y se consideraba una característica masculina, y no femenina. Según Ustedes, en Occidente, en nuestra cultura, cuando una mujer se maquilla el rostro y se ornamenta el vestido, ¿para qué lo hace?, ¿para agradar a quién? A veces decimos que al hombre, pero yo creo que es a la vecina más que al hombre, porque el hombre no se entera mucho de si se ha combinado bien los colores. La mujer suele decirle al hombre: Oye, ¿no te das cuenta de que el vestido es nuevo? En cambio la vecina… ¡ay si lo ve la vecina y el vestido es del año pasado! En fin, no sé si es al hombre o a la vecina o a una misma, pero parece que sí es para agradar, que eso es algo que va con el saber combinar bien y con el tener esa habilidad de saber realzar las dotes propias, físicas y de todo tipo, de colores, de cabello, etc., realzarlas y dar esa buena impresión a los demás. ¿Ocurre lo mismo cuando los indios norteamericanos se pintan el rostro y se ornamentan? ¿Es lo mismo, o ahí tiene una función jerárquica, de jerarquización social? Es decir, se pueden poner unas rayas, pero si eres el jefe, te tocarán tres, o treinta, pero si eres el soldado raso, a ti te toca una, y no más de una. Las plumas del penacho, igual: si eres el jefe,
quizá te lleguen las plumas al suelo, pero si eres el soldado raso, una pluma y se acabó.
Ante todo esto alguien dirá: “Fíjate qué culturas más primitivas”.

Pero ¿qué pasa aquí con el estamento militar? Eso de los galones no me lo sé yo mucho, pero no decide cada soldado, sino que la cosa está muy reglamentada. ¿Y qué pasa todavía en el estamento clerical, con las mitras, o con las capas de vestido? Un diácono se pone una, y si es más, si es sacerdote, ya se puede poner casulla, y si es obispo, más capas y más volante, ¿no?

Parecería que este punto cuantitativo no es siempre así en el caso de las mujeres: que a más clase social vayan más pintadas. No, eso a veces va al revés, podríamos decir que la tendencia es a pensar que cuanto más exagerado el maquillaje “más vulgar” es, y por tanto de menor prestigio. Pero en realidad tampoco es eso. El criterio de evaluación del maquillaje de las mujeres no es cuantitativo, porque depende de cómo le queda a cada una.

Decíamos, pues, que los términos asignados a lo femenino o a lo masculino eran intercambiables, pero ahora vemos que es sólo intercambiable el título. ¿El contenido? El contenido ha cambiado. La característica ha pasado de columna, y su significado ha cambiado totalmente. Algo nos ha pasado. Parece que de ese ejemplo del maquillaje del rostro y la ornamentación del vestido se puede hacer el comentario que estoy haciendo, pero ¿cómo me las voy a arreglar ahora con esto de la empatía para decir que cambia de signo cuando cambia de columna? Bueno, eso intentaron hacer Allison Black y José Luis Cabezón preguntándose, insisto, cuál es el rol social que realiza esa función en las culturas donde se atribuye a lo femenino, y cuál en las que se atribuye a lo masculino. Para facilitar esa reflexión, hagamos un breve comentario de lo que significa la espiritualidad budista y el ethos budista, o la cosmovisión y antropología budista.

En el budismo, para hablar de lo que es importante para las personas se utilizan relatos breves que, de alguna manera, intentan despertar la conciencia. En uno de esos relatos breves uno puede encontrarse una situación así:

El discípulo se acerca a su maestro y le pregunta:
—Maestro, ¿qué tengo que hacer para alcanzar la iluminación?
El maestro se saca el zapato y le da, ¡pam, pam!
Y se ha acabado. Y uno dice: “¿Y esto? ¿Ahora qué se supone que tengo que hacer?, ¿emocionarme, reír, o qué? Me deja desconcertado”. O como cuando se dice: “Si encuentras al Buda por el camino, mátalo” (aquí podríamos hacer un paralelo con san Agustín, que dice: “Si comprendes, eso no es Dios”).

No voy a hacer divisiones demasiado rígidas, pero sirva este ejemplo de la alpargata y el par de tortas para decir que ahí, en ese contexto cultural, la racionalidad, la capacidad analítica, esa capacidad nuestra de dominar en el sentido técnico-racional el mundo y de instrumentalizarlo a nuestro servicio, eso no lo valoran mucho en el contexto budista clásico (aunque siempre las cosas se tienen que matizar), sino que, al revés, se entiende que la iluminación es aquel estado de conciencia que te va a llevar más allá de esa pretensión de pensar que este mundo que se toca, se domina y se controla es el mundo real. Quieren llevarte, con ese despertar de la conciencia, hacia esa otra dimensión en la cual tú aceptas el sunyata, palabra que se refiere al vacío, al no ser…

Al budismo lo contamos entre las religiones, y cuando se hacen foros y parlamentos, ahí vienen los budistas, pero si tú les preguntas a ellos, estrictamente ellos no creen que sea una religión. No hablan de Dios, porque a eso que sitúan en la trascendencia, por definición, no se le puede dar un nombre. Cuando le llamamos dios ya estamos de alguna manera constriñendo, dándole unos límites, unos bordes, un perfil. Tenemos que ir más allá – dicen– de todos nuestros conceptos, más allá de nuestras capacidades analíticas. Y cuando se da esa iluminación entonces es cuando a la persona se la puede denominar bodisathva, que sería (con todas las distinciones que hay que hacer en estos paralelismos), lo que en el catolicismo llamamos un santo, una santa, es decir, una persona a la cual la comunidad de fe reconoce que ha alcanzado la plenitud humana aquí, en la tierra, entre nosotros, y, por tanto, la colocamos como alguien que nos puede ayudar en ese camino de la vida. El bodisathva o la bodisathva es, en esa cultura, alguien que habiendo alcanzado ese estado de conciencia que ya te permite alejarte de la rueda del samsara, que es la rueda del dolor y de la reproducción de lo mismo, y llegar al nirvana (estado de plenitud quieta y tranquila, en el cual ya no tienes que ir persiguiendo el deseo, que se correlaciona con la frustración), en lugar de dedicarse al nirvana y disfrutarlo, se queda entre las personas para ayudar a otros a superar ese enganchamiento con el dolor y el deseo. Eso sería la figura del bodisathva, y su característica principal sería la karuna, que significa compasión universal. Es, precisamente, capacidad de poder acercarte al otro en su realidad concreta, sin juzgar, para desde esa conexión íntima que puedes establecer con el otro, ayudar a desidentificarse con los temas del dolor, del límite y la muerte.

Toda esta explicación es para decir que karuna (en el ámbito que estoy hablando, este budismo chino del siglo XVI), es la característica humana o psicológica, antropológica, más valorada, la que tiene más prestigio social. Pues vean qué casualidad: ésa es la que tiene más prestigio social en la China budista, y la China budista dice que es masculina.

En Occidente, la que tiene más prestigio social no es la karuna, sino el logos analítico y racional y objetivo. Bien, en Occidente decimos que el logos analítico, racional y objetivo es masculino. ¿Ven por dónde voy? ¿Qué pasa aquí? ¿Es que lo que es transcultural es que lo masculino esté arriba y lo femenino esté abajo? ¿Cómo puede ser? ¿Tan tontas (si me permiten la expresión) somos las mujeres, que dejamos que en las diferentes culturas siempre acabe prevaleciendo socialmente aquello que asociamos con lo masculino? O, al revés: cuando tenemos algo que prevalece socialmente, ¿lo identificamos como masculino, y no como femenino? (Vayan pensando en esto, a ver cómo lo arreglamos.)
Sigamos. Citemos a san Pablo donde dice (Gal. 3, 28) que “en Cristo Jesús no hay… (normalmente se dice hombre, mujer; el original griego dice masculino, femenino), no hay masculino ni femenino, no hay judío ni griego, no hay libre ni esclavo, sino que todos somos uno en Cristo Jesús”. Ya ven que he puesto los paralelismos de una cierta manera [con un término encima del otro], porque si empezáramos con el de abajo,
diríamos “en Cristo Jesús no hay ni libre ni esclavo”. Pero resulta que se acabó la esclavitud, todos somos libres, porque en Jesús se realiza esa liberación que hace que la persona no tenga que someterse a la arbitrariedad del deseo de nadie y a la opresión de nadie, sino que va hacia su liberación. ¿Qué pasa con judío y griego? Los judíos, en el contexto de Pablo en que hablamos, son el pueblo escogido, son aquellos con quienes Dios ha realizado su alianza, y san Pablo, en sus diferentes testimonios en las cartas nos dice: yo soy tan judío como el que más, yo sé lo que significa entender y proclamar que Dios ha venido a la tierra, y primero nos ha hablado en los patriarcas, en Moisés, en los profetas y luego se ha encarnado en Jesús, hecho uno de nosotros para establecer una alianza y un pacto con nosotros. Pues eso que el pueblo judío diría “lo ha hecho con unos cuantos”, Pablo lo proclama universal, para todos. Por tanto, en ese concepto de
judío-escogido, griego-no escogido, Pablo dice: no, se acabó, todos somos escogidos. El mensaje es universal, es para todos.

Y entonces, ¿qué hago con el binomio masculino-femenino? Lo que no voy a hacer es tachar la parte femenina. No voy a tachar la parte que dice ‘femenino’ ni voy a decir que en Jesús, de la misma manera que todos somos libres y todos somos elegidos, todos somos también masculinos. No lo voy a hacer, pero la lógica de la frase parece que nos llevaría a ello y esto es lo que históricamente se ha hecho. No solamente se ha hecho individualmente, sino que se ha hecho culturalmente. Hay monasterios y órdenes religiosas en las cuales las monjas acostumbran – o acostumbraban – a tomar nombre de hombre: se llaman María Juan o María Lucas. En esta tradición persiste una antropología que es propia de los primeros siglos del cristianismo que dice que la mujer podrá acceder al cielo, pero cuando se haga varón. Esto incluso aparece en uno de los evangelios apócrifos, en la discusión entre Pedro y María: “Tú no desprecies a María, porque María se hará varón y así será uno de nosotros en el cielo”.
Ahí estamos, en esa dicotomía de prestigio social, donde hemos puesto masculino arriba, femenino abajo. Aquí nos hace mucha gracia, pero cuando se dice libre y esclavo, ¿es que no se parece a masculino y femenino? Cuando decimos que en España hace cuatro días que las mujeres no podían abrir una cartilla bancaria sin el permiso del esposo, no podían abrir ni una mercería, no digo ya una empresa de business
internacional o algo así. Y en ese lote están aún la mayoría de mujeres en la humanidad.
No es de extrañar que apareciera una antropología que diga que lo femenino es lo que se tiene que eliminar. Y entonces qué, ¿todos masculinos? ¿todos arriba? ¿Qué significa eso?

Eso se asocia también con una idea central en el cristianismo, ese axioma de la patrística que dice: “Si algo no ha estado asumido en la humanidad de Cristo, no ha sido redimido”. Eso es muy importante, aquí se funda toda la teología. En las discusiones de principios del cristianismo estaban los docetistas, que decían que Jesús, a causa de su divinidad, aunque fuera crucificado en realidad no sufrió en la cruz, porque tenía sólo apariencia humana. Al tener sólo apariencia humana y no un cuerpo real como el nuestro, no sufrió realmente.

Contra los docetistas creció la corriente que hemos identificado como ortodoxa, que enfatiza con la máxima fuerza teológica que lo único que Jesús tiene distinto de nosotros en la humanidad, es que no tiene pecado. La humanidad de Jesús es igual en todo a la nuestra excepto en el pecado. Las mujeres podemos decir excepto en el pecado … y el sexo. ¿Es así? ¿Qué pasa con eso?

Esa es la tesis de la teóloga norteamericana Rosemary Radforth Ruether, que dice: “Si eso es así, las mujeres tenemos que esperar a que llegue Crista para nuestra salvación”.
¿Por qué? Porque se va a tener que encarnar la divinidad en una humanidad femenina, porque si no se encarna la divinidad en una humanidad femenina, ¿cómo ha redimido Cristo la feminidad? ¿Cristo qué tenía, masculinidad o feminidad? Y si vamos a decir que este Jesús era femenino, ¿qué significa eso?, ¿cómo actúan esas categorías?
Yo no sé Cristo o Jesús dónde quedaba en todo eso que poníamos: la lógica, la rigidez, la deducción y todo eso. ¡Y no ha salido la agresividad, porque entonces sale lo del Templo y decimos “ah, bueno, masculino sí era, porque daba golpes!”. Luego les voy a presentar una propuesta de cómo se puede solucionar esto. Se trataba primero de ir presentando el tema en toda su complejidad, porque para simplificar no vale la pena
tratarlo.

Sexo, género, deseo
Vamos ahora a poner sexo, género, deseo. Según el sexo, ¿cómo dirían que se clasifica la humanidad? Podemos decir macho y hembra, bueno, lo haré al revés, pondremos la hembra arriba, hembra/macho. Según el género: femenino/masculino. ¿Y según el deseo? Bueno, deseo es un término muy amplio, pero en el contexto del deseo u orientación sexual, pongo tres términos: Heterosexual. ¿Qué más? Homosexual. ¿Y lo
tercero, qué va a ser? Bisexual. Bisexual, porque existen personas que consideran que su deseo se puede orientar tanto al del mismo género o sexo (ahora vamos a ver qué pasa con este lío), o viceversa.

Parece una clasificación muy clara, pero vamos a ver enseguida cómo se problematiza.
Normalmente, cuando se examinan esos presupuestos, se considera que eso es un continuo. Un continuo querría decir en este contexto que si alguien es de sexo hembra, va a ser de género femenino, y al ser de género femenino, el deseo será hacia lo masculino. Por tanto, se asume una continuidad entre el sexo, el género y el deseo.
Como si eso fuera, por decirlo así, lo normal; y, en todo caso, aceptarías que hay desviaciones más o menos problemáticas, (eso de: “pobre, un trauma de infancia”, o cosas de esas), que harán que alguien de un determinado sexo quizá se crea que tiene el otro género (porque eso ocurre), o que alguien, en lugar de orientarse hacia el otro género, se oriente hacia el mismo.

Esto parece que es una clasificación clara, el sexo macho y hembra. Pero en las clasificaciones de sexo tenemos tres niveles, que son los siguientes: el primero sería el sexo a nivel cromosómico; luego el sexo a nivel gonadal; y luego el sexo a nivel genital.
¿Cómo distinguimos el sexo a nivel cromosómico? A la hembra le pondríamos XX, y al macho XY. ¿Hay excepciones a eso, excepciones al sexo cromosómico? Es un tema un poco complejo. No voy a dar todas las variantes, pero sí voy a llamar la atención sobre dos síndromes que son XXY y XO. Eso existe en la naturaleza, más natural que eso, imposible. El primero se llama Síndrome de Klinefelter y afecta a uno de cada cinco mil nacimientos, que no es poco. Y el segundo se llama Síndrome de Turner y lo tiene uno
de cada cien mil. ¿Esto qué quiere decir? Si hemos dicho que el sexo cromosómico quedaba clarísimo, el que tiene el síndrome de Klinefelter, ¿qué es cromosómicamente?, ¿es macho o es hembra? No sabemos. Y el que tiene XO, lo cual quiere decir que en lugar de tener dos cromosomas sexuales tiene sólo uno, y es una X, pero, claro, la X está en hembra y está en macho. ¿Qué es una persona con el síndrome de Turner?

En Internet van a encontrar multitud de páginas web tanto del síndrome de Klinefelter como del de Turner, donde personas reales, de carne y hueso –no ítems que yo utilizo para montar una teoría–, que tienen esa dotación cromosómica cuentan cómo lo han vivido y de qué manera eso les afecta y cómo tienen colocada su identidad como personas. ¿Por qué les digo esto? Porque no está tan claro, a nivel cromosómico, que esa dicotomía entre macho y hembra sea una delimitación clara, sino que existen personas que no se pueden clasificar de acuerdo con eso.

Seguimos con el sexo gonadal. Según el sexo gonadal, ¿cómo se clasifican macho y hembra? Las gónadas serían esos órganos que tenemos y que fabrican los gametos. Los gametos son las células que van a unirse para formar lo que llamamos el principio de la vida, un óvulo fecundado. En el caso de las mujeres, los gametos se fabrican en los ovarios, y en el caso del varón en los testículos. ¿Puede haber ambigüedades en eso? Esto debería estar muy claro, porque resulta muy importante para cómo nos vamos a pensar humanamente en categorías de sexo y de género. Tenemos una cultura montada en la dicotomía de género femenino y masculino, por lo que no es muy popular esto de saber los casos que se saltan la norma, porque eso afecta a nuestra cosmovisión. Pero sea o no popular, es real. ¿Lo queremos incluir en nuestra antropología teológica, o no? ¿O vamos a hacer como si eso no existiera?

Por lo que respecta al sexo gonadal, también hay (como en el caso del sexo cromosómico) síndromes intermedios. Son los casos que se conocen con el nombre de hermafroditismos. En el hermafroditismo puede ser que una persona tenga un ovario y un testículo, uno de cada. No vamos a poder desarrollar en detalle cómo se llega a esta situación, pero al principio el embrión no está diferenciado sexualmente, no tiene unas
estructuras desde el momento de la concepción, ya sean masculinas o femeninas, sino que tiene unos conductos, de Wolf y de Müller, que dependiendo del influjo de un cierto gen que existe en el cromosoma Y, va a desarrollar un tipo de gónada que llamamos testículo o va a desarrollar el otro. Entonces, en esa maduración se pueden producir alteraciones y cambios. No solamente puede salir una persona con un ovario y un testículo, sino que puede salir una persona (de hecho es lo más común en estos casos) que tenga una gónada que se llama ovoteste. Una gónada que no es ni ovario ni testículo, es una mezcla, y por eso se llama ovoteste.

¿Cómo son de frecuentes los casos de hermafroditismo? No lo sabemos porque se puede dar que la persona sea fenotípicamente (en apariencia) totalmente masculina y dentro tenga útero y tenga ovarios. El último caso que conozco es el de un joven de México, de treinta años, que estaba casado. La pareja no tenía hijos y entonces fueron a consultar por infertilidad, y naturalmente primero fue la mujer, porque aún parece que cuando eso pasa sea la mujer la que tiene el problema. Le hicieron a ella las pruebas y ahí no había ningún problema. Entonces fue él a hacerse las pruebas y resultó que dentro tenía útero y ovarios. Este joven está en tratamiento psicológico, claro: que te digan eso a los treinta años no resulta muy fácil de asumir. Pero eso es real, y es un caso de no hace mucho.

Pasemos al sexo genital. En relación al sexo genital, ¿cómo distinguimos macho y hembra? En el caso de la mujer tendríamos vagina, vulva; y en el caso del varón, pene. ¿Ahí hay posibilidad de ambigüedades o entremedios? Si en lo cromosómico había y en lo gonadal también, en lo genital aún más. Aquí sí comentaremos sobre los estrógenos y los andrógenos, que son las hormonas sexuales. ¿Cuál es la práctica médica habitual? Aquí hay muchos síndromes que pueden hacer que la persona nazca con unos genitales ambiguos, con un órgano que sea demasiado pequeño para llamarlo pene pero demasiado grande para llamarlo clítoris. Entonces, ¿ahí qué se hace, qué hace la medicina hoy? Hace lo siguiente: si el órgano, ese rudimento con el que nace el niño, tiene un centímetro o menos, se le llama clítoris. Un clítoris de un centímetro, cuando no está en erección o cuando no está en momento de excitación, es visible y un poco
grande para lo que es el clítoris normal, que tiene unos pocos milímetros. La cuestión es que hasta un centímetro se considera un clítoris, y entonces se considera que ese recién nacido es hembra, independientemente de cómo sea su dotación genética, porque se cree que aunque tenga una dotación genética con una X y una Y, si no tiene pene ¿cómo va a crecer como un hombre normal? Por tanto le dan estrógenos, hormonas femeninas, desde pequeñito, para hacer que se desarrolle como mujer. Y eso parece que psicológicamente le va a ayudar más. Por tanto, un centímetro o menos se considera hembra. Dos centímetros o más, aunque sea un pene pequeñito, se considera que ya puede pasar como varón, por lo que, independientemente de que tenga XX dentro, se le van a dar hormonas masculinas y hacer crecer a ese niño (o a esa niña) como varón.

¿Y qué pasa si está entre un centímetro y dos? ¿Qué hacen los pediatras? Pues lo que hacen es cortar. Cirugía. Un órgano que tenga entre uno y dos centímetros se corta para que quede de menos de un centímetro y, por tanto, ese recién nacido pueda pasar como mujer. Un ejemplo que ha salido no hace mucho en la literatura médica es el de dos gemelos judíos que fueron operados en los años sesenta. Cuando nacieron se les practicó la circuncisión, con el problema de que con uno de los dos hubo un accidente en el momento de la circuncisión y le quedó seccionado el pene. Sucedió a finales de los sesenta en uno de los hospitales de más fama del mundo, el John Hopkins, de los Estados Unidos, donde se decidió, de común acuerdo entre los médicos y la familia, que a ese niño que había quedado sin pene le iban a hacer una operación para hacerle una vagina artificial y que creciera como niña, porque se consideraba que si crecía como niño sin pene iba a estar traumatizado toda su vida. Esa operación me la contaron en una clase de Medicina como un éxito de la cirugía reconstructiva y, por tanto, un éxito de la manera de tomar decisiones de la actual medicina. De eso no supe nada más hasta que estudiando desde la antropología teológica qué pasa con las categorías de género aplicadas a Dios y a nosotros como imagen de Dios, encontré la información de lo que había pasado con estos dos niños, estos dos gemelos. Había pasado que uno crecía como niño; el otro era tan niño como el primero desde este punto de vista de sexo cromosómico, pero crecía como niña porque le habían construido su vagina y desde la primera infancia le daban hormonas femeninas, estrógenos.

Pero éste no estaba muy contento con las hormonas: sea porque le habían dicho o porque hay algo que sí que nos hace identificar el género más allá de la cultura, ese niño quería ser niño y no quería ser niña. Llegó a la pubertad y no quería tomar las hormonas, pero en su casa le forzaron a tomarlas. Por tanto, se le desarrollaron los pechos, porque si un hombre toma hormonas femeninas va a tener desarrollo de ginecomastia, le crecerán los pechos, y por lo demás se feminizó también externamente, porque la cantidad de vello que se tiene en el cuerpo depende de las hormonas (también la voz y demás características que llamamos sexuales secundarias). Pues bien, este niño aguantó hasta que tuvo dieciocho años, y entonces se independizó, fue al cirujano y le dijo: “Ahora usted me vuelve a operar y me vuelve a poner lo que yo tenía, como yo era y como yo soy”. Se operó, se hizo quitar los pechos. La construcción de un pene artificial es muy complicada, y en eso hicieron lo que pudieron (se necesitan diez operaciones y no es que quede muy bien), pero hoy en día este hombre tiene cuarenta años y vive como hombre. Bueno, hasta aquí los comentarios sobre la categoría ‘sexo’.

Pasamos a la categoría ‘género’. Por lo que hace al género masculino o femenino, ¿alguien conoce casos en que el género no venga asociado al sexo? Ya acabamos de ver que lo del sexo es un poco más complicado de lo que a veces creemos, pero en caso que uno sea de sexo hembra (sin entrar en las ambigüedades que ya he dicho), o de sexo macho (sin entrar tampoco en las ambigüedades), ¿existe siempre correlación entre sexo
y género? ¿O a veces no hay? ¿Y si no hay, cómo se llama? Transexual.
¿Qué es el transexualismo? Transexual es una persona que (no entraremos en ninguna de las categorías intermedias o ambiguas), siendo de sexo cromosómico femenino, de sexo gonadal femenino y de sexo genital femenino, ella dice: “Yo soy un hombre”. O siendo de sexo cromosómico masculino, gonadal masculino y genital masculino, o sea, teniendo XY, teniendo testículos y teniendo pene, dice: “Yo soy una mujer”. Y eso no lo dice cuando tiene veinte años y se ha leído a los filósofos desconstruccionistas y teorías modernas, sino que lo dice a los dos o a los tres o a los cuatro años, y lo dice con una fuerza que genera una tal violencia en la dinámica familiar, que el 50% de los transexuales se suicidan antes de los treinta años. Es un dato objetivo de las estadísticas.

¿Cuántos transexuales hay? Hay un caso de cada 40.000 personas, que tampoco son dos o tres en el mundo. Uno de cada 40.000 personas, con una proporción igual de masculino y femenino (50% son transexuales masculinos y 50% transexuales femeninos). Otro detalle es que la persona transexual, en general, de media tiene un coeficiente de inteligencia superior a la media en dos desviaciones estándar. Esto quiere decir que, si se dice que el coeficiente de inteligencia normal está alrededor de ciento diez, una desviación estándar es quince puntos, más o menos; eso querría decir que de media una persona que es transexual tiene un coeficiente de inteligencia de ciento cuarenta. Esto sitúa a esa persona al nivel del genio. Por ejemplo, los niños prematuros que nacen con menos de un kilo, como grupo (eso no quiere decir que no puede haber
un prematuro de menos de un kilo que sea el más listo de su clase), como media tienen una desviación estándar por debajo de la media del coeficiente de inteligencia. Por tanto, si decimos que la media es ciento diez, el gran prematuro podría ser que tuviera noventa y cinco, y eso no es retraso mental, puede hacer cualquier carrera, pero de media queda un poco por debajo.

Pues bien, el transexual queda dos desviaciones estándar por encima, y el homosexual de media una desviación estándar por encima. Estoy haciendo esta exposición tan detallada o compleja porque encontramos también en nuestra realidad biológica la misma dificultad que hemos visto en nuestra apreciación cultural de colocar lo femenino y masculino, lo de macho y hembra, en categorías discretas y claras. Porque con lo transexual diríamos: si es tan ambiguo esto del género y del sexo, si no se puede decir que haya hombres, que haya mujeres, sino que hay un continuo y todos nos movemos en el continuo, ¿cómo es que existen niños y niñas que a los tres años se pelean con sus padres y viven unos infiernos tales, que la mitad se suicidan en su juventud porque están convencidos de que son del género que todo el mundo les dice que no son? Los ejemplos pueden ser tan sencillos como el del padre leyendo el periódico, el niño jugando, la madre cocinando. El niño tiene tres años y la madre dice: “¡Venga, los hombres a comer!”, y el niño se pone a llorar, y dice: “¿Tú por qué me llamas hombre, si yo soy como tú, mamá? ¡Yo soy una mujer!”. ¿Se imaginan eso en el ámbito familiar? Un niño que, siendo niño, le gustan las muñecas, le gusta vestirse con faldas y no se asocia a los otros niños en el colegio, sino que intenta ir con las niñas, y le horroriza que le pongan a hacer determinados juegos con los otros niños.

Médicamente esto está aceptado así, de manera que en Andalucía, por ejemplo, se paga con el dinero de los contribuyentes la operación de cambio de sexo, y se paga porque médicamente esto está reconocido como una condición que no es capricho del individuo, sino que tiene un grado de curación del 97%, es decir, cuando se hace la operación de cambio de sexo los problemas psicológicos de depresión, de mala adaptación de la persona que decía que era de sexo contrario o del género contrario, desaparecen. Por tanto, este es uno de los índices más favorables de todas las enfermedades crónicas: pasar de una mortalidad del 50% a una curación del 97%. Eso el gobierno británico lo tiene también reconocido: pidieron a una comisión de expertos un estudio y a partir de ahí, cuando se realiza el cambio de sexo de una persona transexual
en Inglaterra, el registro civil pasa a reconocer que el sexo ha sido cambiado, y así lo registra a todos los efectos legales. Es, pues, una cosa reconocida.

Tanto el caso de las variantes sexuales como el del transexualismo demuestran que no se puede hablar de continuidad natural entre sexo y género como si fuera un concepto no-problemático. En lo tocante al deseo igualmente tenemos que decir que tampoco se puede hablar de continuidad en el sentido socialmente aceptado (a saber, a la hembra le corresponde la feminidad y desea al macho; al macho le corresponde la masculinidad y desea a la hembra). Así, que alguien sea hembra (sin ambigüedades de sexo) y se sienta
femenina (sin ambigüedades de género), no significa que necesariamente su deseo sea hacia el macho o hacia lo masculino, sino que puede tener el deseo sexual hacia otra hembra o hacia lo femenino, y ser, por tanto, un caso de homosexualidad. Lo mismo se da en el caso transexual, es decir, que el transexual no es que diga: “Yo como desde los tres años tuve tan claro de qué genero era, eso quiere decir que, naturalmente, si me siento femenino voy a buscarme complemento en lo masculino”. No. Hay transexuales que son heterosexuales y hay transexuales que son homosexuales. Esto es la realidad, la variación tal como se encuentra.

Quisiera decirles rápidamente un detalle sobre las autopsias cerebrales que se realizan a personas, hombres, mujeres o transexuales, y que es el motivo por el cual la transexualidad se ha incluido como enfermedad: hay una área del hipotálamo con algunas diferencias entre el cerebro de las mujeres y el de los hombres, así como hay una área del habla que es extra en el caso de las mujeres. Todos los que estamos aquí tenemos un área del lenguaje en el hemisferio dominante, que suele ser el izquierdo. Es el área de Broca y de Wernicke, que son las áreas cerebrales que se encargan del habla.
Las mujeres tenemos un área del habla extra –¿parece raro?–, y la tenemos en el hemisferio que no es dominante. Por eso ocurre que cuando uno tiene una embolia, un infarto cerebral, si afecta al área del habla, las mujeres se recuperan mucho más rápido que los hombres, porque utilizan su área adicional. Parece que los hombres, ahí donde las mujeres tenemos el área del habla adicional, un agujero no tienen, tienen un área
suplementaria de orientación temporo-espacial. Por eso aparcan mejor (¡soy muy simplista, pero sólo es un ejemplo!). Lo interesante es que hay un área del hipotálamo que es un poco más pequeña en las mujeres que en los hombres, y lo que se descubrió es que en los casos de personas que se afirmaban del género contrario, aunque hubieran nacido con todo perfecto (perfecto entre comillas, porque a ver qué es perfecto), esas autopsias del cerebro demostraron que ese cerebro era, en el caso de un perfecto varón que tenía la pretensión de ser mujer, el cerebro de una mujer; y en el caso de una perfecta hembra a todos los efectos, que dice que ella es varón, en la autopsia le sale el cerebro con las áreas de varón.

Esto, para algunos teóricos y fisiólogos tendría una asociación con lo que he dicho del coeficiente de inteligencia, porque hay una influencia hormonal en el momento en que se desarrolla ese cerebro, que no es como la de la mayoría, y que ocasiona una combinación de estructuras cerebrales que produce una capacidad de creatividad mayor.
Esta es una de las hipótesis de por qué existe el transexualismo, que se da también en animales: hay perras que siempre para orinar levantan la pata, y se mojan, claro; ¿por qué levanta la pata? ¿Y por qué hay perros que orinan como si fueran una perra y también se mojan? El fenómeno transexual existe en otros animales, ratas, conejos … y parece que se asocia a un momento en que la población general de esa especie está sometida a más estrés. Entonces aparecen individuos transexuales, que tienen una capacidad cerebral mayor y, por tanto, son capaces de inventar soluciones más creativas para que la especie descubra caminos de futuro. Como hablamos del futuro de la vida, esto es interesante.

Lo femenino en Dios
En todo lo que he expuesto creo que queda claro que no podemos resolver de una manera simplista la cuestión de si es cultural o es biológico. Parece que tenemos muchas dificultades para poder decir que es sólo cultural, porque si fuera sólo cultural, cómo podría uno sentirse transexual a los dos años… ¿Es cultural o es biológico? ¿Cómo lo vemos? La propuesta que les hago, y esta ya es la propuesta teológica, es la de trascender la distinción femenino/masculino, de concebir esa distinción como algo real, pero llamado a ser superado. El género existe, pero estamos llamados a trascender el género. La feminidad y la masculinidad existen, pero estamos llamados a superarlas. Eso quiere decir que la diferencia de género es un punto de partida antropológico (con todas las variantes, ¿eh?, no es una cosa fija, pero es un punto de partida), que va a tener mucho de cultural y que tendremos que negociar, pero no es nuestro punto de llegada cristológico. Cuando intentamos trascender el género directamente, sin tenerlo en cuenta como punto de partida, y hablamos de personas humanas, prescindiendo de si son mujeres u hombres, porque esa distinción queremos ignorarla completamente y hacer como si no existiera, entonces lo que estamos haciendo es lo que teológicamente podríamos denominar una antropología angélica, que prescinde del cuerpo: hacemos como una unión en el Espíritu, que prescinde de si tenemos una anatomía u otra. Y eso, aunque quiera ser muy liberador, puede acabar dicotomizando la cultura y la naturaleza, el espíritu y el cuerpo otra vez, y poniendo a la gente en situaciones muy difíciles para tener identidades libres que se vayan desarrollando.

Por tanto, nuestra trascendencia de género la debemos entender como parte de nuestra cristificación. Es lo que nos dirá san Pablo: “Es Cristo quien vive en mí”. Si yo soy mujer y quiero decir como Pablo: “Ya no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí”, ¿qué quiere decir, que me he vuelto hombre? ¿Tiene algún sentido formularlo así?
El axioma patrístico dice: “si algo no ha estado asumido en la humanidad de Cristo, no ha sido redimido”. No me voy a imaginar a Cristo como un símbolo cósmico. No. Yo quiero decir que Cristo es exactamente el Jesús histórico. Y tampoco no quiero decir que el Jesús histórico era una manera, pero Cristo tiene muchas maneras de vivir. No, porque eso sería un teología no-cristiana, que vuelve a separar lo divino y lo humano.
Este es el gran mensaje del cristianismo, el escándalo del cristianismo, “un escándalo para los judíos y un absurdo para los griegos” como observó san Pablo y como sigue siendo hoy en día: tú te presentas hoy delante de cualquier foro cultural contemporáneo y dices: “Jesús era una concreción, pero lo divino es mucho más que lo que era Jesús”, todo el mundo contento. Pero si dices: “No, lo divino está entero en Jesús”, eso es aún hoy un escándalo o un absurdo: ¿cómo va a estar entero lo divino en Jesús de Nazaret?, ¿qué quiere decir eso?

Por tanto, si nosotros, para recuperar una antropología abierta, decimos: “Jesús era varón, pero eso nos da igual”, yo creo que eso deja de lado la raíz de lo más profundamente escandaloso que tiene lo cristiano y que los padres griegos recuperaron diciendo que la divinización de lo humano es la respuesta a esa humanización de lo divino. Y eso es radical, eso llega a nuestra realidad diaria y antropológica de cada día.
Por tanto, cuando decimos cristificación queremos decir algo que se puede concretar en la persona histórica de Jesús de Nazaret: o bien yo puedo predicar que Jesús de Nazaret estaba más allá del género, o bien tenemos el problema que dice Rosemary Radforth Ruether: “yo me espero a que llegue Crista”, porque lo que no está asumido en Cristo no está redimido.

Si la feminidad y la masculinidad existen en Dios y, por tanto, tienen una característica esencial que perdura más allá de nuestra vida histórica, entonces Cristo a mí como mujer no me ha salvado, porque no ha asumido esa parte fundamental de mí que sería la feminidad. Si, al contrario, entendemos que lo femenino y lo masculino, que todas las características que dividen a la humanidad, que nos ponemos como etiquetas de identidad pero que no son nuestra identidad última, que son una identidad parcial, son reales pero trascendibles, entonces la cosa cambia. Entonces no tengo que despreciar el cuerpo para llegar a la igualdad o para hablar de mi cristificación como mi plenitud antropológica.

Pero es muy distinto pensar lo femenino y lo masculino como categorías fijas (que si yo soy mujer tengo que ser femenina y si uno es hombre tiene que ser masculino), a pensarlo diciendo: “Mejor que yo entienda que en mi ser femenino, en mi ser mujer quizá voy a ver características que sean distintas de otro que se define de otra manera, pero ¿yo me voy a relacionar con el otro desde esa categoría de género o voy a intentar trascender esa categoría y llegar al otro desde su identidad de pieza única de concreción del amor de Dios en la tierra?” Les quiero leer, para que no parezca que esta es la teología más moderna, unas citas de Máximo el Confesor, teólogo del siglo VII: “Cristo nos une en él mismo a través de la superación de la diferencia sexual entre hombre y mujer. En lugar de hombre y mujer, en los cuales esta diferenciación sexual es habitualmente visible [algo debía de saber Máximo de las excepciones, porque dice habitualmente], él [Cristo] permite a los seres humanos aparecer simplemente de acuerdo con su significado más pleno y más verdadero, formados según su imagen y en nada tocados por ninguna características de destrucción, enteros y verdaderos”.

Cuando Máximo dice característica de destrucción, enseguida se tiene que decir que eso no quiere decir que la sexualidad sea una característica de destrucción, porque la sexualidad la podemos concebir como ese reconocimiento que estaría en el Cantar de los Cantares, ese deseo recíproco que queda maravillado delante del ser del otro y que busca la intimidad física con el otro. Esa sexualidad no tiene por qué conceptuarse como característica de destrucción. En cambio, como dice la Segunda carta de Clemente, del siglo II: “Si yo miro a un hermano y veo a un varón, peco; si yo miro a una hermana y veo a una hembra, peco”. ¿Por qué? Porque siempre, en Cristo Jesús, tengo que ver al otro como pieza única, como alguien que es inclasificable, como alguien que está más allá de toda categoría y que yo no le voy a hacer esa mirada de reconocimiento de su identidad de acuerdo con ninguna etiqueta, sino solamente de acuerdo con su identidad más propia y más irreductible, más irrepetible: no ha habido nadie nunca como la persona que tengo delante y no habrá nadie nunca como ella en el mundo. Dios nos da a cada uno esa mirada, y esa mirada es la que libera, y esa mirada es la que da identidad. Y eso es lo que hemos sido desde siempre a los ojos de Dios. Aparecemos en la tierra con el pecado original, ese pecado por el cual no tenemos responsabilidad individual (el pecado original no se considera opcional, sino que es algo de lo que todo el mundo participa, quiéralo o no), pero que nos está inclinando hacia lo que no es, hacia una identidad falsa.

Es como, necesariamente, un punto de partida antropológico que reconoce de entrada las identidades parciales, que lo que ve es hombre/mujer, alto/bajo, feo/guapo, blanco/negro…

Pero eso lo podemos ver sólo negativo o como lo ve Máximo el Confesor: como una oportunidad para aprender a amar. Y según Máximo el Confesor, aprender a amar quiere decir aprender a ser como Dios es. Es decir, si yo soy hembra y me acerco al otro y tengo mi sexualidad heterosexual, me voy a acercar al otro porque es varón ¿verdad?, pero este deseo es ilusorio porque cuando yo me acerco al otro porque es varón -y se supone que a mí me gustan los varones porque soy hembra-, me estoy dirigiendo solamente a la identidad de género del otro; y ésa es una identidad parcial, pero no es el otro en su integridad. Fundamento mi deseo en una identidad parcial y pretendo a pesar de ello que alcance la totalidad del otro, puesto que es al otro en su totalidad a quien quiero amar. Pues bien, dice Máximo, es ahí mismo, en el corazón de mi deseo y no a pesar de él, que se me ofrece la oportunidad de reconocer la realidad única, irrepetible e irreductible del tú real que yo tengo delante, el ser persona de ese tú real. Y cuando yo establezco conexión con ese ser real, con ese tú íntegro, entonces estoy creciendo como persona, ayudando a crecer al otro y creando ya en el mundo eso que llamamos el Reino de Dios. Me estoy acercando. Y eso vale igual para mi deseo heterosexual que para mi deseo homosexual. No hay diferencia ahí, porque tanto si yo me acerco al otro porque es distinto como si me acerco porque es como yo y mi deseo es homosexual, es lo mismo; porque la cuestión es reconocer que es único, inclasificable, ni igual ni distinto; que todos somos únicos y unidos por la más grande comunión.

Es el tema de la Trinidad (que es el ser de Dios y a cuya imagen hemos sido hechos): Dios es amor, pero un amor uno y trino. ¿Qué quiere decir? Que tanto el Padre (Padre o Madre, en esto no he entrado, pero claro, no se puede decir todo), como el Hijo, como el Espíritu Santo, son a la vez únicos e intransferibles. El dogma de la Trinidad nos dirá que cada uno es irreductible, pero que forman una unidad, una comunión como no puede haber comunión más estrecha. Nosotros nos imaginamos que la comunión entre nosotros será más grande cuanto más parecidos seamos, ¿verdad? Si aquí empezara a venir gente del Opus o de no sé dónde, esto sería horroroso, pero aquí todos igualitos, pensamos más o menos igual y así estamos bien unidos. ¿Es eso?, ¿es eso nuestro ideal?, ¿el precio a pagar para tener una sociedad igualitaria es la uniformidad? ¿Dónde está nuestra mirada utópica? Podemos ir hacia una sociedad en la que cada vez todos seamos más parecidos, o hacia una sociedad y una familia y una comunidad religiosa y un todo en que cada vez seamos más únicos, y por tanto más originales, y por tanto más distintos. Hacia una diferenciación máxima que no quiere decir división. Tomás de Aquino nos dice que lo que es contrario a la unidad no es la diferencia, es la división. Y la división es una diferencia que no acepta al otro. Pero la diferencia que acepta al otro y que lo abraza y que lo reconoce en su diferencia, ésa, no solamente no es contraria a la unidad, sino que es la condición necesaria para que pueda existir la unidad de comunión. Porque en Dios trino existe Padre, Hijo y Espíritu Santo —Madre, Hija y Espíritu Santo—, que son absolutamente distintos, que no pueden colapsarse en un solo ser, y ahí existe la comunión máxima. Y cuando nosotros hacemos nuestro sacramento máximo de lo que es la vida y el amor de Dios en la eucaristía, entramos en comunión con el hermano y la hermana y con Dios. ¿Y ese entrar en comunión quiere decir que nos vamos pareciendo cada vez más? ¿O al revés, que vamos reconociendo cada vez más la identidad única e irrepetible de cada uno?
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Pregunta: ¿Cómo estando esto tan claro, como tú lo has expresado, nuestra jerarquía y nosotros mismos (cuidado, no hablo sólo de la jerarquía), todavía estamos condenando muchas de estas cosas que tu has dicho?

T. F.: Me gusta que me digan que está claro, porque la sensación que tenía es que es difícil comprimirlo. Lo de “la jerarquía y nosotros”, también se lo agradezco, porque por ahí voy yo, por ese reconocimiento de las dificultades… Claro que existe jerarquía y existen situaciones de opresión, situaciones objetivamente malas, pero como dice la carta de Juan, “el que dice que no tiene pecado miente”. Entonces no nos hace daño y no resta nada a nuestros esfuerzos liberadores, sino al contrario, reconocer que todos caemos en ese tipo de trampas de identidad, en las dificultades de entender las cosas tal como Dios nos impulsa a entender. Tanto Jesús como todos los que lo han seguido con fidelidad se fundamentan en el realismo antropológico. San Pablo dice: “Hago el mal que no quiero, y no el bien que quiero”. ¿Y eso le pasaba sólo a san Pablo o nos pasa
también a usted y a mí? Y que nos pase eso ¿nos tiene que dejar hechos polvo —la vida ya no tiene sentido—, o al revés? Es decir, fíjate que Dios sigue confiando en ti y en mí y en cada uno para que entendamos esto. No se tiene que entender lo formulado en una pizarra, lo que se tiene que entender es a cada persona. Entender la realidad única de cada uno no se hace teóricamente, se entiende prácticamente, y va parejo con la comprensión de quién soy yo en el fondo. Porque esa identidad falsa que proyectamos en el otro también la tenemos en nosotros: ¿yo qué me creo que soy? Es una sensación de collage entre lo que es y lo que somos. No se trata de decir: “¡a ver si lo arreglamos ya, lo superamos y empezamos a vivir!”, sino de ir creciendo en esa percepción.

No quiere decir que todos lo expliquen como yo lo he explicado, sino que lo que anima esta explicación es ese reconocimiento de la irreductibilidad y carácter único, de pieza única, de cada persona. Cada uno lo tiene que vivir y encarnar en su mundo y a su manera: el que hace conferencias en las conferencias, la que es madre de familia, así, y el que es padre de familia, asá. Entonces, sobre los miedos de la jerarquía no me voy a extender, porque creo que existen y que están, pero a mí normalmente no me ayuda nada ir señalando con el dedo, sino decir, a ver, ¿por dónde puedo crecer yo? Ese es mi interés, por dónde puedo crecer y ayudar a crecer, y luego que siga quien pueda. Y si eso trae conflictos, tendré que ver qué hago.

Pregunta: Desde luego me ha encantado lo que nos has dicho, y he visto que cuanto más nos abramos al otro sexo, más nos vamos a realizar tanto hombres como mujeres o sea, que no podemos vivir una vida plena si nos encerramos en nosotros mismos. Entonces, ¿cómo pueden llevar a cabo esta realización las monjas contemplativas?

T. F.: Bueno, si esto de femenino/masculino lo esencializamos, si complementar femenino con masculino es lo que nos va a dar este crecimiento pleno, entonces las monjas contemplativas, o tienen doble vida o eso no funciona ¿verdad? Pero mi explicación, que es algo compleja, iba dirigida precisamente a decir que esa realidad de dicotomía, que yo llamo de una cierta diferenciación, si fuera no solamente punto de partida antropológico sino también punto de llegada cristológico, la pregunta de usted tendría mucha más fuerza, porque diríamos que uno que no convive con la persona del otro sexo o género, va, por así decirlo, perdiendo oportunidades de crecer en este sentido. Entonces eso no se aplicaría solamente a las monjas, contemplativas o no, y a los célibes en general, sino también a los homosexuales, porque ese es el esquema
clásico de la complementariedad. Pero saliendo de ahí, lo que he intentado decir es que ese descubrimiento de quién es cada uno como pieza única, cómo es a los ojos de Dios, eso está inscrito en cada ser humano. Y se puede ir descubriendo a lo largo de la vida, en la unión íntima, en el momento del deseo máximo, aunque este deseo esté animado en un principio por la orientación sexual. Ahí nos espera la revelación del carácter único del otro. Entonces, así como lo he explicado en el caso de la relación que sí tiene contacto físico, erótico, de pareja, de relación sexual, lo mismo ocurre cuando se trabaja la sexualidad desde el punto de vista celibatario. Es lo mismo, porque la lucha está en las dos partes: si yo hubiera planteado que esa complementariedad es lo bueno, entonces eso solamente se halla en el encuentro concreto con el otro sexo.

Ahora, ¿yo cómo me relaciono con mis hermanas de comunidad? ¿Veo en cada una que es como yo y le pongo el estereotipo y espero que reaccione como yo? ¿O intento trabajar esa relación para que cada vez más cada una de ellas sea única para mí? Una tarde, no hace mucho, rezaba con lo que dice Jesús en el evangelio de Juan, en su discurso de despedida en los capítulos 14 a 17; cuando me fijé que Jesús, de una forma apasionada, dice: “Padre, que ellos estén donde yo estoy”, es decir, que después de que lo acaban de traicionar y lo van a dejar solo, Jesús desea intensamente que sus discípulos participen de su relación de intimidad con el Padre, yo me pregunté: ¿Y yo, deseo de esta manera apasionada como lo desea Jesús, que mis hermanas estén ahí, en medio de mi relación con Dios?, ¿las echo de menos a mis hermanas de comunidad? Cuando yo rezo con Dios, yo rezo para que yo y Dios seamos uno, ¿es una relación muy íntima de dos, o a mí me faltan todas mis hermanas (y quien dice todas mis hermanas quiere decir también toda la humanidad)? ¿Yo echo de menos, de verdad, en el sentimiento, a mis hermanas, o no? Porque esa para mí será la medida de mi cristificación actual: si yo no las echo de menos, tengo mucho trabajo por hacer. Si experimento un deseo profundo por mi hermana, no en el sentido de excitación sexual, sino porque sin ella yo siento que mi realidad personal tiene algo que me falta, tal como Jesús desea ardientemente esa presencia de sus discípulos con él, si yo hago eso, estoy trabajando mi sexualidad. Porque mi sexualidad, en sentido amplio, es mi capacidad de relación interpersonal profunda, y yo creo que eso yo lo trabajaré de una manera y la persona que vive en pareja lo trabaja de otra.

Citaré otra frase de Máximo el Confesor: “Esa apatheia (palabra griega que quiere decir falta de pasión: a-pathos) cristiana no la tenemos que ver como una falta de pasión, sino como una sympatheia (simpatía), que viene de ahí como una pasión conjunta con Dios y los hermanos”. La apatheia cristiana es una sympatheia, es decir, no la disminución de la pasión, sino un reordenar la pasión hacia donde apunta correctamente. Y a donde apunta correctamente es hacia su carácter único: yo no la debería desear a usted como mujer o como hombre, sino como a usted, única, y al otro y al otro… Y ese es el trabajo de cristificación. Es lo mismo que el trabajo de humanización y lo mismo que el trabajo de divinización. Y ese trabajo cada uno lo hace como puede.

Pregunta: Cristo dijo: “Deja todo y sígueme”. A través de los siglos ese deja todo y sígueme se ha referido a los bienes económicos, cuando en realidad, es mucho más: es un despojarse personalmente de todo lo que tenemos encima, que es una manta enorme de nosotros mismos, de nuestras inseguridades, de nuestras inconsciencias, de mil cosas alrededor. Esto es una reflexión que he estado haciendo todo el rato que has estado hablando. Pienso que somos unos enanos en un mundo realmente complicado y complejo, avalado por un montón de educación quizá mal orientada, que eso es muy
difícil de evitar, y que quizá tenemos que empezar desde cero otra vez.

T. F.: Bueno, veo que no es una pregunta, pero, si me permite el comentario, estoy perfectamente de acuerdo con este matiz de empezar desde cero. Mi regla monástica benedictina, cogiendo la expresión del salmo, se refiere al máximo de la humildad -les va a sonar fatal pero no se enfaden-: “Y al final de la humildad, digo: ya veo que soy un gusano”. Y dices, hombre, ya está bien, esto es un desastre para la autoafirmación y asertividad y autoestima. Bueno, depende, porque, claro, ese gusano puede meterse por todas partes ¿verdad? Eso, Madaleine Hutin, la fundadora de las Hermanitas de Jesús, también lo dice muy bien: “La humildad es cuando uno se desprende de todo, donde se hace tan ligero que se mete por todas partes, y por donde le prohíben ya pasó”. Ya pasó y ha ido a todas partes. Por lo tanto esa humildad solamente es opresiva cuando uno tiene inconscientemente en su antropología, como dijo usted, la riqueza. En este sentido, crecer como el rico que todo lo puede, que todo lo domina, que no depende de nadie, que es invulnerable, vaya una antropología esa, ¿no? Jesús dice “Yo estoy con el pobre”. Por tanto ¿qué es nuestro?, ¿cuál es nuestro horizonte?, ¿hacia dónde vamos?, ¿vamos hacia una riqueza en ese sentido de dominio y de posesión? La constatación de que estamos muy lejos nos va a frustrar, pero si vamos hacia el amor entendido como concreto, eso es algo que Dios nos regala a usted y a mí, no mañana, ahora: ahora podemos abrirnos a la verdad. Como dirá santa Teresa, la humildad es andar en verdad, y cuando uno hace eso la maravilla está aquí. No es para mañana. Vale, la plenificación será escatológica, pero el Reino de Dios está ya aquí, y eso no es teórico, eso se palpa cuando uno se acerca a la verdad.

La verdad así es decir: “¡Uy, cuánto trabajo tengo!,bueno, pues está bien, empecemos”. Esto no es un problema, el problema es cuando vivimos en la falsedad, en creernos que somos no sé qué, lo que en lugar de animar a trabajar lo que hace normalmente es poner freno. Y en cambio el desprendimiento va liberando y va haciendo a la persona más molesta para algunas estructuras, pero también más feliz.
Muchas gracias.

FUENTES: http://ciberfeminismo.org.ve/?p=627

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