MEDICINA CUANTICA

Morir con Puntualidad: Predicción de la Propia Muerte de acuerdo al Dr. Robert S. Bobrow

by on Jul.16, 2009, under El Enganche Espiritual, General, Medicina, Medicina Natural, Psicología, Quantum, Tributo a los Héroes

Robert S. Brobow ha ejercido la medicina general mas de treinta años y hoy es profesor clínico asociado de la Universidad de Stony Brook en Nueva York.  Sus artículos han sido publicados en numerosas revistas como New York State Journal of Medicine y Psychology Today.  En su libro «El Médico Perplejo» propone una guía científica a través de los inquietantes misterios de la enfermedad y la curación, desde el caos de las sanaciones milagrosas hasta asombrosos ejemplos de autohipnosis como anestesia quirúrjica, pasando por la telepatía o la acupuntura.  Este tipo de interrogantes son clásicos en los lirnos de espiritualidad y New Age, pero en absoluto corrientes en los libros de medicina.  En El Medico Perplejo, sin embargo es precisamente un médico exprimentado quien, desde la medicina, bucea con rigor en lo paranormal, que es, según él, <lo que la ciencia vigente no puede explicar>.  Empezamos publicando uno de los capítulos de este libro,  Morir con Puntualidad: Predicción de la Propia Muerte.

«Trabajé muchos años en una clínica de medicina general financiada por el condado.  La clientela era en su mayoría familias de clase obrera y media baja, y un día, al ir al trabajo me enteré de que había pasado una cosa muy rara con un paciente nuestro.  Había muerto durante el fin de semana, cosa normal en sí misma, sobre todo porque tenía ochenta años.  Pero lo que puso los pelos de punta a todos los empleados de nuestro centro de salud due la forma en que había muerto.

La última retirada de fondos del banquero

El paciente había emigrado de jóven a los Estados Unidos desde su Italia natal.  Empezó de cajero en un banco, fue ascendiendo poco a poco hasta llegar a vicepresidente, y a su debido tiempo, se jubiló.  Había criado una familia, era un músico consumado y hablaba varios idiomas. Solía pasar con su mujer temporadas en su casa de Florida; el resto del tiempo vivían en Long Island con su hijo y así fue como lo conocimos.  El hijo que tuvo la amabilidad d ehablar conmigo, fue testigo presencial del suceso y me contó lo siguiente:

Habían planeado que el hijo fuera en avión a Florida, a recoger a sus padres; desde allí viajarían todos juntos en el coche de éstos a Nueva York, donde pasarían una temporada en casa del hijo.  Después el hijo se quedaría con el coche porque el padre iba a comprarse uno nuevo.  El anciano no estaba muy bien de salud -dos años antes había tenido un derrame cerebral que le había privado del placer de tocar la mandolina-, pero se había estabilizado, vivía independientemente con su mujer y tenía la mente despejada.  Al llegar a Florida el hijo no encontró muy bien asu padre y propuso volver en avión, en vez de en cohce, pero el padre insistió en lo que estaba planeado.  Cuando emprendieron el viaje hacia el norte, al hijo le pareció que su padre, el último en salir del apartamento, se detenía en la puerta y la cerraba meditativamente.  Unavez en Nueva York, por un motivo u otro, el anicano no quoiso salir a comprar un coche, como tenían pensado.  Un domingo por la tarde, al cabo de  diez días de estancia, se sentó en la concina y convocó a la familia.  Pidió a su mujer que preparase el ravioli (el plato que mas le gustaba) y comió con apetito, incluso tomó vino y postre.  Después mandó a su nieta de siete años a jugar fuera.  Sentado a la mesa, con su mujer, su hijo y la novia de su hijo, empezó a distribuir sus posesiones.  La familia reaccionó con una mezcla de confusión y horror.Este antiguo ejecutivo de banca nunca había sido tan impulsivo.  NO parecía haber necesidad de hacer todo esto en ese momento, ni que su salud hubiese empeorado.  Incluso se empeñó en firmar los documentos para poner el cohe a nombre de su hijo.  <Cuida a tu madre> , le recomendó.  Cerró los ojos y murió, sentado todavía en la silla, a la mesa de la cocina.

La mabulancia llegó al cabo de unos minutos, pero la reanimación cardiopulmonar que le practicaron allí mismo fue inútil, así como los nuevos intentos en un hospital cercano.  Se dió por supuesto que se había tratado de un <aeroembolismo coronario masivo>, pero no se hizo autopsia.  Sencillamente había cerrado los ojos y había muerto.

Después del entierro, el hijo volvió a Florida, y descubrió que su padre había transferido la titularidad de sus acciones y bonos y dejado todos sus asuntos en orden…como si supiera cuando iba a morir.  Escribí este intricante caso y el informe se publicó en el Psycology Today en 1983.  Después de la publicación, recibí varias cartas inetresantes, así como comentarios de amigos, colegas y pacientes.  Al parecer, las muertes preparadas no son tan raras.  Me contaron el caso de la suegra de una médico, que nurió en paz mientras dormía, una vez concluidos todos los trámites que su muerte acarrearía, incluida la venta de sus casa.  Una mujer de Seattle me escribió contándome la muerte de su padre.  Una semana antes de la defunción, se aseguró de que su mujer sabía dónde estaba la llave de la caja fuerte y todos los documentos; vendió sus herramientas y dejó todos los asuntos en orden.  Después murió de un <coronario masivo>, aunque la semana anterior no se había quejado de dolor en el pecho.  Otra mujer de cincuenta y cinco años, me contó su vida en pocas palabras en una carta, incluida la pérdida de un ser querido, cinco años antes, que le había quitado las ganas de vivir; también se refirió a una tarea inacabada que tenía que terminar.  Dijo que era mas fácil <dejarse> que terminar esa tarea, pero que de todos modos esperaría a concluirla, un año mas o menos, <para apagar el interrumptor de la vida de forma natural>; y subrayaba <sin suicidio> (es una lástima pero no se que fue de ella al final.)

El espartano se compra una lápida

La revista Life publicó una historia parecida a la mía en 1960, tadavía en caliente (<The Man Who Died on Time> {el hombre que murió puntualmente}).  Este hombre de setenta y siete años, había emigrado de Grecia hacía muchos años y había vivido primero en Nueva York y después en una pequeña población de Ohio.  Era un hombre fuerte de gran embergadura -<un espartano>- como él decía y también un poco excéntrico.  Por ejemplo, se detenía en los semáforos verdes y se saltaba los rojos.  No se casó ni tuvo hijos, no tenía migos íntimos y sus familiares mas cercanos eram una hermana y un sobrino que vivían en Michigan.

Era propietario de un salón de limpiabotas, que cerró a los setenta años, y a partir de entonces se recluyó.  Un año y medio antes de morir, compró una parcela en el cementerio y empezó a visitarla todas las semanas, como si fuera sus segunda residencia.  Llevaba herramientas de jardinería, ajardinó la parcela perfectamente e incluso plantó un geranio el día de Memorial Day (último lunes de mayo dedicado a los caídos). Contó a los empleados del cementerio (quizá les intrigara que una persona fuera a ver su proia tumba) que quería disfrutar de su propias flores ahora, porque cuando se hubiera ida, no podría.  Luego compró un panteón y un féretro en un establecimiento de pompas fúnebres y pidió ayuda al director para redartar su propia nota necrológica; no entendía porque el periódico no quería publicarla hasta que hubiera muerto.   Compró una lápida y dos tejos japoneses, que plantó a ambos lados, y comentaba con los empleados del cementerio los cuidados que necesitaban, cada vez que iba de visita.  Después, paradójicamente fue al hospital local a hacerse una revisión (como ya dije, era excéntrico).   Naturalemente, le expidieron una informe de salud limpio.  Poco después pidió a su sobrino que fuera a visitarlo con su mujer y sus tres hijos, y que recogiera también en Michigan a su madre (hermano de él), porque se trataba de una visita importante.  El mismo día qe llegaron, enseñó a su sobrino tres sobres con dinero, uno para cada uno de sus hijos.  El sobrino, perplejo, llamó al hospital al que acababa de ir su tío para confirmar <el historial limpio> (y se lo confirmaron).

Salieron todos a comer y, en el camino de vuelta al apartamento, les hizo parar en el cementerio para enseñarles la lápida, ya grabada.  La ansiedad y la confusión del sobrino iban en aumento, en tanto el anciano se animaba cada vez mas.  Cuando llegarona casa, el tío le entregó el testamento a su sobrino, se cercioró de que guardaba los sobres de los niños en un bolsillo y procedió a vaciar la despensa y empaquetar las cosas para que se las llevara su mujer.  Después repartió las pocas posesiones que le quedaban y, cuando el sobrino se opuso diciendo que esas cosas todavía las necesitaría él, el viejo espartano ledijo: <No, muchaho, yo ya no necesito nada.> Entonces, se derrumbó y murió.  Llegó un médico al cabo de unos minutos y dijo que probablemente habría sido un ataque cardíaco.  No hubo que hacer nada.  Toda estaba previsto ya.

Ni el banquero ni el espartano confiaron a nadie la eminencia de su muerte; sencillamente hicieron lo que tenáin que hacer como si fuera un trato.  No tenemos constancia de autopsias ni de diagnósticos médicos.  El siguiente caso, publicado en la revista británica Lancet en 1980, se refiere a una ama de casa de cuanrenta años que vivía en Massachussetts y que pasó cinco días en el hospital con un ataque cardíaco en evolución bajo estricto control médico.

La madre y la profecía

Esta madre de cinco hijos tenía el nivel de colesterol elevado, seguramente por causas hereditarias, y por eso se medicaba.  Empezó a quejarse de dolores en el pecho pero siguió con sus actividades cotidianas, entre ellas jugar al tenis.  Después acudió a la consulta del médico y enseguida ingresó en el hospital.  Aunque en aquel momento aprecía estar bien, y solo se quejaba de dolor moderado, el electrocardiograma (ECG) acusó disfunción cardíaca aguda.  Al día siguiente, la paciente anunció a los médicos y a sus enfermeras, así com a su sacerdote, que moriría al cabo de tres días, el 28 de mayo, aniversario de la defunción de su madre.  Se lo decóa todo aquel que acudía a visitarla, a pesar de las protestas generales.  En el curso de esos días, el ECG fue reflejando la progresión de una ataque cardíaco activo, y también lo confirmaron los análsisi de sangre.  El 27 de mayo se comportó con tranquilidad, como si no le afectara la gravedad de su estado.  Murió a primera hora de la mañana siguiente, tal como había predicho.  Sencillamenete su corazón se rindió (shock cardiogénico de evolución rápida, en jerga médica).  En esta ocasión se practicó la autopsia, que confrimó la anunciado por las pruebas pre mortem: infarto de miocardio masivo.  El único detalle curioso fue que las arterias coronarias -los vasos sanguíneos que alimentan al propio músculo de l corazón- estaban completamente despejadas.  Casi todos los ataques cardíacos se producen por obstrucción de uno o mas vasos sanguíneos.  Pero en un reducido porcentaje de casos se produce el infarto sin obstrucción.  Las arterias pueden padecer espasmos de origen desconocido, impredecibles pero suficientes para cerrarlas.  Cómo supo la mujer que iba a morir con tres dís de antelación o que control pudo tener sobre su muerte es una completo misterio.  El caso se publicó en el Lancet con el título <Self-Predicted Fatal Myocardial Infarction in the Absence of Coronary Artery Disease> y el autor el doctor Robert Carey, se pregunta si la muerte pudo deberse a una espasmo arterial y si este tipo de espasmos podrían ser una característica común de la muerte inexplicable, sobre todo bajo estrés emocional.

Estrés y muerte

George Engel, psiquiatra de la Universidad de Rochester, abordó el hecho de la muerte súbita en situaciones extremas de miedo o emoción an 1971, en una artículo titulado, <Sudden Rapid Death During Psychological Stress – Folklore or Folk Wisdom?> {Muerte súbita y rápida por estres psicológico: ¿folclore o sabiduía popular?} en el que examina el concepto de muerte repentina por shock emocional.  Aunque es un hecho casi tan conocido por los médicos como entre los profanos (prácticamente todo el mundo conoce alguna anécdota) , Engels quiso revisar el fenómeno sistemáticamente.  Recogió artículos de prensa a lo largo de mas de seis años, sobre 170 casos de personas que murieron de repente a raíz de un trauma emocional.  Se excluyeron los suicidios, y casi todas las defunciones se produjeron en los sesenta minutos posteriores al trauma.  Engels recurrió a la prensa ante la imposibilidad de  encontrar por otras vías datos relevantes sobre un número significativo de personas.  A lo largo de la historia se encuentran muchos casos de muerte súbita por miedo o emoción.  En la Biblia, sin ir mas lejos, Ananías cae fulminado cuando Pedro le dice <No has mentido a los hombres, sino a Dios>. (Hechos, 5). Ahora, Engel podía examinar los pormenores del proceso a través de una serie de casos reflejados en la prensa.  Pudo clasificarlos en ocho categorías, atendiendo a la causa, que listamos a continuación por orden decreciente de frecuencia:

Peligro eminente.  ësta fue la causa simple mas común, y en ellas se incluyen las catástrofes naturales como terremotos o tormentas, así como los atracos, los incendios y los interrogatorios policiales o en juzgados.  En este grupo se econtraba un niño de cuatro años que murió cuando le sacaban una muela, e incluso tres defunciones registradas mientras se veían escenas particularmente sangrientas en televisión.

Colapso o muerte súbita de una persona cercana.  En algunos casos atribuidos a pérdida repentina de un ser cercano, la muerte se debió a fallo cardíaco.  En el caso de la mujer del propietario del Motel en el que Martin Luther King fue asesinado, fue por derrame cerebral ese mismo día.

Durante una época de sufrimiento agudo (en el perido de dieceseis días). En esta categoría, Engels cita aun capitán del ejército, de veintisiete años de edad, que murió después de encabezar el desfile de las tropas de honor en el funeral del presidente asesinado, John F. Kennedy.

Riesgo de pérdida de una persona cercana.  De deciseis personas que sufrieron la amenaza de pérdida, once murieron de forma súbita y dramática, la defunción se achacó a un ataque cardíaco, aunque no hubo confirmación médica.  Los otros cinco casos fueron  de reacción de una larga enfermedad de un miembro de la familia, que según el autor es un detonante relativamente común.

Después de un acontecimiento peligroso.  Los casosod e defunción una vez pasado el peligro pueden ser reflejo de la gran cantidad de adrenalina y otras sustancias que siguen funcionando por la sangre.  En un estudio sobre el ejercicio físico, no relacionado, en el que se investigaba el motivo de muertes cardíacas que a veces se producen después del esfuerzo en sí, se descubrió que el nivel de adrenalina era mucho mas elevado inmediatamente después del ejercicio.  Podemos suponer pues que el mismo principio es aplicable al periodo de tiempo inmediatamente posterior a un acontecimiento peligroso.

Pérdida de status o autoestima.  Entre estos casos, se recoge el de dos hombres que no fueron nombrados para el ascenso que esperaban.

Reencuentro o triunfo emocional.  Aunque no nos sorprenda mucho que un acontecimiento cargado de emociones negativas (como una amenaza de peligro) pueda matar, paraece ser que un exceso de emoción positiva también puede resultar fatal.  Por ejemplo, Engel recogió casos de muerte tras el reencuentro con personas amadas y a raíz de ganar una gran apuesta.

Durante el duelo o en el aniversario de una muerte.  Entre los casos que recoge Engel en esta categoría, se encuentra el de un hombre que cayó fulminado al sonar los primeros compases de un concierto en memoria de su mujer, famosa profesora de piano, en el quinto aniversario de su muerte.  El otro era un jóven de diecisiete años que murió de derrame cerebral masivo al cabo de un año y caurenta y ocho minutos de la muerte precoz de su hermano mayor en accidente de tráfico.  LAs edades comprendidas en los ejemplos de Engel van desde la infancia hasta la vejez, pero la mayoría de los casos eran de personas entre los cincuenta y los ochenta años.  La franja de edad mas vulnerable se encontraba entre los cuarenta y cinco y los cincuenta y cinco años, en hombres, y entre los setenta y los setenta y cinco años en mujeres.  Los hombres tenían mas probabiliadad de morir en stuaciones de peligro y las mujeres, tras la pé´rdida de una persona amada.  Engel cita también dos ejemplos de animales que mueren por estres.  UNa llama hembra murió pocos munitos después de ver morir de un disparo a su pareja de trece años.  Se sabe de ratas que han muerto de miedo.  Incluso las cucarachas -por despreciables que se nos antojen- puden morir de impotencia (pinchadas con un alfiler a un tablero) ante el peligro de encontrarse cerca de otra cucaracha dominante (pinchada también, irónicamente).  Engel cita al trabajo de otro autor sobre personas que estaban convenciadas que iban a morir <en un momento determinado o en determinadas circunstancias, basándose en predicciones hechas años antes por un adivino>.  Cree que esos datos, a pesar de haber sido extraidos de la prensa son fiables, puesto que se trata de casos similares a otros, documentados tanto en publicaciones especializadas como egas en materia médica.  Cree que los denominadores comunes son la sobreexcitación desbordante, la pérdida de control y la rendición.  Su artículo concluye con la especulación sobre la fisiología de la muerte por emoción.  Las hormonas del estres, como la adrenalina, aceleran el corazón y lo vuelven hipersensible la electricidad, de modo que puede alcanzar un ritmo casi fatídico.  Y al contrario, la inhibición mediante otras conexiones nerviosas puede ralentizar el corazón y ser la causa del fenómeno de la rendición o renunciar.  Engel cree que en estos casos entra en juego alguna clase de interacción entre el sistema nervioso simpático (excitante) y el parasimpático (inhibitorio), además de unos mecanismos superiores de control cerebral.  En 1971, cuando se publicó su trabajo, no se sabía con seguridad que las arterias coronarias pudieran sufrir espasmos.  Esos espasmos pueden ser reversibles, pero también pueden ser suficientes para detener el riego sanguíneo del carazón, y entonces se desencadena el ataque.  Ése fue el supusto desenlace de la mujer de cuarenta años cuyo caso se describió en Lancet nueve años después, cuando los espasmos se conocían mejor.

¡Ay, cómo me duele el corazón!

En un artículo reciente publicado en New England Journal of Medicine (10 de febrero de 2005) se revisaron fría y rigurosamente los efectos que el estres emocional súbito causaba en el corazón. Se evaluó a diecinueve pacientes (dieciocho eran mujeres) que presentaban síntomas cardíacos, como dolor en el pecho, gran dificultad respiratoria o shock cardiogénicp, inmediatamente después de un estres emocional.  La media de edad er de sesenta y tres.  El desencadenante solía ser la muerte de una familiar, pero una mujer había sufrido una atque por una fiesta sorpresa en su honor. (Me acuerdo de la palidez mortal de mi tío, cuando en su sexagésimo quinto aniversario, de pronto se encendieron las luces y ciento sesenta y cinco invitados gritaron: <¡Sorpresa!>.  Tenía una afección cardíaca y casi estuvo a punto de caerse de rodillas.  Por suerte sobrevivió a la dorpresa y todos se lo pasaron en grande.) Los diecinueva pacientes del artículo sobrevivieron e ingresaron en el hospital, donde se les hicieron angiografías (imágenes de las arterias coronarias que nutren el corazón), ecocradiogramas (imágenes del corazónmediante ondas sonoras), y en algunos casos análisis de sangre, para averiguar el nivel de hormonas del estrés, como la adenalina; a unos pocos se les hizo biopsia del músculo cardíaco (llamado miocardio).  Sólo una paciente presentaba un elevado nivel de adrenalina, superior incluso al de personas con un verdadero ataque.  El corazón no bombeaba bien en ninguno de los casos pero la anomalía remitió con el tiempo.  Cuatro años mas tarde los diecinueve seguían con vida.  Los autores llamaron a esta dolencia <arurdimiento del miocardio>, pero no se conoce su mecanismo con precisión.  Es evidente que los altos niveles de adrenalina guardan relación, pero no sabemos como se produce.

Quiero morir

Aparte de las muertes por pura ansiedad, Engel también tiene en cuenta el trabajo de Cannon, menionado ya en el capítulo sobre brujería, que recegen casos de personas que parecen morir sólo porque se dejan morir.  En 1973, en un artículo de Lancet, titulado <Self-Willed Death or Bone -Pointing Syndrome>, {Muerte autoinducida o el síndrome de la amenaza con uesos}, se contempla desde una perspectiva más amplia la experiencia de un médico, en una clínica de melanoma de Sídney (Auntralia).  El melanoma es una manifestación del cáncer de piel particularmente nociva.  Muchas veces no se da con el diagnóstico acertado, y en esa cínica se trataba a muchos pacientes que no sobrevivían e la enfermedad.  El autor, G.W. Milton, dice que <hay un grupo reducido de pacientes para quienes saber la inminencia de su muerte supone un golpe tan terrible que no son capaces de asimilarlo y mueren rápidamente antes de que el mal se haya desarrolladolo suficiente para causársela>.  Milton describe este síntoma de muerte autoinducida de la siguiente forma: un hombre fuerte, al aber que tiene ese mal, en principio no le da la maoyor importancia, pero poco después lo acusa.  Pierde interés por las cosas y aunque el puldo, la presión sanguínea y la respiración se mantienen normales, el hombre se inhibe cada vez mas y muere al cabo de un mes.  Según la autopsia el cáncer se había extendido pero no lo suficiente para matarse en ese tiempo.  Milton relaciona estos sucesos con las muertes de vudú por ser señalado con un hueso, que se dan en el desierto australiano… La descripción de la muerte autoninducida que da el docrtor Milton recuerda mucho a la del paciente de capítulo sobre brujería que parecía morirse de cáncer de esófago, hasta que el médico lo convenció, al menos de momento que estaba mas sano de la que creía.  Y así…salió del hospital por su propio pie.  En la clínica de melanoma, Milton ve pacientes que saben que su cáncer no tiene cura y empiezan a dar señales de desear la muerte.  Y descarta que, en cuanto a uno de sus pacientes s ele demuestra que se puede hacer algo en su favor, se aprecia mejoría rápidamente.  El último punto de vista desde el que se ha estudiado la muerte autoinducida es el estadístico.  Me sorprende la cantida de estudios que se han hecho a posteriori sobre la relación entre el momento de la muerte y el cumpleaños de la persona, la festividad mas próxima o ya pasada y en relación a otras ocasiones significativas.  Exisnten al menos viente artículos publicados sobre este tema, donde se tabula todo, desde cumpleaños hasta festividades religiosas, pasando por fiestas de la luna llena (en relación con esa fiesta se ha estudiado a mujeres estadounidenses mayores).  La mayoría de los resultados son <positivos>, demuestran aumentos y descensos antes y después del acontecimiento simbólico.  Pero al igual que on los estudios sobre las plegarias de intercesión, los datos no coinciden, precisamente.  Por ejemplo, según un estudio sobre mortalidad en relación con el día del nacimiento, se producían menos muertes entre las mujeres antes de su cumpleaos y mas después; en otro informe se concluía lo contrario.  Entre los hombres, los resultados también eran contradictorios.  En un artículo reciente de Journalof the American Medical Association (diciembre de 2004) se estudiaban las festividades y cumpleaños en relación con el retraso de la muerte por cáncer.  El estudio se hizo sobre el certificado de defunción de 300.000 personas de Ohio, que habían muerto de cáncer en un periodo de one años.  No se pudo demostrar que los enfermos pospusieran su muerte solo por vivir un gran día mas, como se insinuaba en otros estudios previos.  ¿A donde nos lleva todo esto al recordar al banquero, al espartano y a la madre de cinco hijos cuya historia se ha detallado?  La madre de cuarenta años se las arregló para tener un verdadero ataque cardíaco, al contrario delas mujeres que sufrieron un <aturdimiento del miocardio> causado por un susto repentino y que, como ella, no padecían enfermedad coronaria.  Esata mujer programó su fin perfectamente, tal como había anunciado tres días antes.  Es un caso que no encaja con el síndrome de muerte autoinducida ni con el del colapso por sobreexcitación.  Pero, de alguna manera, ella lo sabía.  El vicepresidente, el emigrante griego… lo sabían (Dios sabrá como).  Y, sin la menor señal de deterioro, ansiedad, shock o temor, dejaron este mundo en el segundo excato, como fulminados.


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